viernes, 27 de enero de 2017

Cerillos

Hay momentos en los que la vida te pide una limpieza general, desde lo personal hasta los armarios. Y ha sido una de esas limpiezas la que me ha hecho retroceder más de diez años en el tiempo.
Los móviles empezaban a ser la forma general de comunicación e íbamos dejando atrás el teléfono fijo e incluso las cartas, que se convertían en algo obsoleto y anticuado. Pero había personas que se resistían a abandonar ciertos hábitos y yo era una de ellas. 
Ahora soy consciente de ello... pero siempre, desde bien temprano, me gustó escribir y en aquel tiempo me negaba rotundamente a prescindir de una rutina que adoraba.
Tuve la suerte de conocer en ese instante a alguien que ha tenido (y lo sigue teniendo) un lugar privilegiado en mi vida. A pesar de vernos con frecuencia y tener móviles, comenzamos a escribirnos cartas. Se convirtió en algo regular y cada vez que nos veíamos hacíamos el intercambio. 
Entre tanta caja, carpeta, libro acumulado a lo largo de los años, he rescatado algunas de esas cartas. Volver a leerlas ha sido una bocanada de aire fresco y es que, a mis veinti-pocos, tenía/teníamos algunas cosas bien claras y aparentemente muchas de ellas todavía se mantienen. 
He recuperado de una de ellas un fragmento del libro "Como agua para chocolate" de Laura Esquivel que parece que llega (de nuevo) en el momento oportuno. ¡Qué suerte es tener cerca a personas que te regalan literatura aunque sea en forma de pequeños pasajes! 
Me hubiese gustado leer estas cartas más a menudo. Tal vez, en ciertas alturas, me habrían ayudado a atravesar tiempos difíciles. 
Gracias por estar ahí siempre mi pequeña estrella. 
-DetallesConectados- 

Como ve, todos tenemos en nuestro interior los elementos necesarios para producir fósforo. Es más, déjeme decirle algo que a nadie le he confiado. Mi abuela tenía una teoría muy interesante, decía que si bien todos nacemos con una caja de cerillos en nuestro interior, no los podemos encender solos, necesitamos como en el experimento, oxígeno y la ayuda de una vela. Sólo que en este caso el oxígeno tiene que provenir, por ejemplo, del aliento de la persona amada; la vela puede ser cualquier tipo de alimento, música, caricia, palabra o sonido que haga disparar el detonador y así encender uno de los cerillos. Por un momento nos sentiremos deslumbrados por una intensa emoción. Se producirá en nuestro interior un agradable calor que irá desapareciendo poco a poco conforme pase el tiempo, hasta que venga una nueva explosión a reavivarlo. Cada persona tiene que descubrir cuáles son sus detonadores para poder vivir, pues la combustión que se produce al encenderse uno de ellos es lo que nutre de energía al alma. En otras palabras, esta combustión es su alimento. Si uno no descubre a tiempo cuáles son sus propios detonadores, la caja de cerillos se humedece y ya nunca podremos encender un solo fósforo.
Si eso llega a pasar el alma huye de nuestro cuerpo, camina errante por las tinieblas más profundas tratando vanamente de encontrar alimento por sí misma, ignorante de que sólo el cuerpo que ha dejado inerme, lleno de frío, es el único que podría dárselo. 
[...] 
Por eso hay que permanecer alejados de personas que tengan un aliento gélido. Su sola presencia podría apagar el fuego más intenso, con los resultados que ya conocemos. 
Mientras más distancia tomemos de estas personas, será más fácil protegernos de su soplo. [...] Hay muchas maneras de poner a secar una caja de cerillos húmeda, pero puede estar segura de que tiene remedio. 
[...] 
Claro que también hay que poner mucho cuidado en ir encendiendo los cerillos uno a uno. Porque si por una emoción muy fuerte se llegan a encender todos de un solo golpe producen un resplandor tan fuerte que ilumina más allá de lo que podemos ver normalmente y entonces ante nuestros ojos aparece un túnel esplendoroso que nos muestra el camino que olvidamos al momento de nacer y que nos llama a reencontrar nuestro perdido origen divino. El alma desea reintegrarse al lugar de donde proviene, dejando al cuerpo inerte… Desde que mi abuela murió he tratado de demostrar científicamente esta teoría. Tal vez algún día lo logre. ¿Usted qué opina?

-Como agua para chocolate, Laura Esquivel-

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