lunes, 31 de diciembre de 2018

Final y principio

Hace algo más de tres años comenzaba este blog casi más por empuje que por iniciativa propia, aunque rápidamente esos términos se intercambiaron y lo hice tan mío que es difícil entender todos mis pasos de estos últimos años sin él. Ha sido un escape en muchas situaciones, reflejo de historias propias, pero principalmente de historias de aquellos que me rodean. Un sinfín de momentos que han ido fraguando día a día un rincón donde volcar sentimientos e ideas. A pesar de ello, estos meses han sido muy complicados en cuanto a escrita y tiempo para plasmar todos esos pensamientos en posts y una consecuencia clara ha sido el que haya habido días en los que no ha aparecido nada, aunque luego se haya subsanado el error.
Como ya es bien sabido, éste es ese momento que tanto me gusta del año. Ese momento de sentarme o tumbarme y dejar que fluyan las palabras. Aunque tal vez, en esta ocasión, este post, haya sido creado de manera diferente y por lo tanto sea más especial que nunca. Pero vayamos por partes.
Hoy es 25 de diciembre realmente. Normalmente este post se va fraguando con el tiempo y con el paso de los últimos días, casi semanas, del año. Pero en esta ocasión decidí esperar hasta bien entrado el mes para hacer balance de un año que ha sido mucho más complejo de lo que podría haber imaginado, sentarme (el primer día que he podido hacerlo con tranquilidad) y escribirlo todo seguido.
Comenzar el año habiendo dado por zanjado (o eso creía yo) aquel libro tan marcante pero a la vez con tanta seguridad, me daba alas para creer firmemente que todo iría bien, que antes o después volvería a encauzarse el río. Lejos de esa utopía, las semanas se hicieron largas y extenuantes mentalmente. No fue fácil mantener cierta cordura entre las horas y los días libres que tenía para pensar y dar vueltas a los mismos pensamientos una y otra vez: ¿Habré hecho bien? ¿Me habré equivocado? ¿Tendría que haberlo hecho de alguna otra manera?
El acto de regresar, al fin y al cabo, fue lo más fácil. Irme, abandonar todo lo que había construido en doce años, con sus cosas buenas y malas... entre comillas, también fue sencillo. Llegar y empezar de cero, de la nada, fue lo complicado. Sí, de cero. Porque pensad por un momento fríamente. Vale que en el fondo volvía a la protección del hogar pero volvía sin nada. Dejaba una vida construida, una casa montada y un trabajo fijo aunque fuese un horror... Había pasado más de una década fuera, no sólo de casa, sino del país. Para mí, mi casa, mi ciudad, era lo desconocido. Tuve que volverme a adaptar (y lo sigo haciendo) a mi propia cultura, a un día a día que para mí era totalmente extraño, a ciertos comportamientos, que para mí, muchas veces, no me cuadraban (y los sigue habiendo). Pensad que había cosas, momentos, historias, que ni siquiera conocía o sabía de su existencia e incluso formas de actuar o procedimientos que desconocía. Eso ya lo notaba un poco en mis visitas cortas o cuando estaba con los amigos pero esto era diferente. Todo era diferente.
Además de ese "en tierra de nadie", tuve mis dudas de si mi vuelta a casa no sería motivo suficiente para que mi madre y yo acabáramos tirándonos de los pelos a los cuatro días, lo cual desembocaría, muy probablemente, en la Tercera Guerra Mundial. Ella acostumbrada a su rutina y a vivir sola desde hacía años. Yo habituada a vivir lejos y sin nadie que me controlase lo que hacía o dejaba de hacer. Pero misteriosamente eso no llegó a ocurrir en ningún momento. No sé si por una cuestión de enfocar la situación de otra manera, diferente a mis estancias cortas de fin de semana, o porque por una vez fuimos adultas las dos o porque simplemente hubo suerte. Ni siquiera mis más cercanos apostaban por nosotras. El caso es que algún tiempo después, descubrí, de forma indirecta, que mi madre, tal como yo, no lo había pasado bien durante esos meses. Más por preocupación de una madre hacia su hija, que se ponía en su pellejo y veía que no salía nada, que las cosas no marchaban y con un futuro incierto, que por el propio agobio de verse asaltada en su propia casa.
Las semanas y los meses se sucedían. La ansiedad y el miedo al haberme equivocado, acechaban cada vez más. Fueron unos meses, en los que si no llega a ser por las escapadas, los viajes, las cenas, los cafés, el gym, los conciertos... sinceramente, no sé lo que habría hecho. Y todo, como siempre, con un denominador común: Ellas. Siempre son Ellas.
La primavera de este año nos aguardaba con numerosas sorpresas, decisiones difíciles que tomar y situaciones no menos complicadas a las que enfrentarnos.
Resultó extraño, raro, irónico incluso, que habiendo vuelto, entre otras cosas, para estar más cerca del día a día, al final, acabásemos cada una casi en una punta.
La primera en hacer las maletas de nuevo fui yo aunque no tardarían mucho en hacerlas alguna más.
Mayo siempre había sido mi mes preferido en Lisboa y parecía que aquello era una señal. Habían pasado 6 meses y parte del sueño empezaba a cumplirse: Madrid esperaba por mí.
Los inicios fueron un poco engorrosos. Pero nada que no me esperase: trámites administrativos, búsqueda de casa, aprender un nuevo trabajo... Todo acompañado de ese ansia de empaparme de la ciudad y de esas ganas de volver a retomar contacto con algunos amigos a los que llevaba mucho tiempo sin ver. Aún así, el día a día poco me permitía el descubrir la ciudad y en los primeros dos meses, entre bodas y viajes, apenas me quedé un par de fines de semana en la ciudad. 
Casi sin darme cuenta llegó el verano y con él los grandes cambios. Fueron semanas muy largas y muy densas, sin posibilidad de vacaciones, sin horario reducido, con las calles de Madrid desiertas y mi gente desperdigada... El insomnio y el mal humor se apoderaron de mí durante muchos momentos y poco a poco me metí en una burbuja de la cual he tardado tiempo en salir. Estaba habituada a veranos de sol y playa, de barbacoas y cocktails en terrazas y miradores, de cumpleaños locos y fiestas improvisadas, de recibir visitas y conocer nuevos lugares... y lejos de esa realidad fue un verano eterno en el que lo único que deseaba era que acabara.
Pero de lo malo siempre se puede sacar algo positivo. Y el verano también trajo consigo una pequeña aventura más, esta vez en Valencia, el descubrimiento de un nuevo pajarillo, la llegada de dos polluelos más y el evento del año de mi huracán Rocío. Fue un pequeño paréntesis en ese verano que parecía nunca tener fin.
Era consciente de que a partir de octubre las cosas iban a empezar a cambiar, en todos los sentidos: trabajo, la ciudad, el día a día, los amigos...
Intenté crear un ritmo semanal como tuve durante tantos años en Portugal, planificarme día a día para sacar el máximo provecho de todo. Pero de nuevo la realidad chocó con mi utopía y ese espejismo de orden diario apenas duró un par de semanas. No es la ciudad en sí la que te absorbe. Es el ritmo diario de todas las responsabilidades. He hecho cuentas, y entre las horas de trabajo y el tiempo de transportes, paso/pasamos una media de 12 horas diarias fuera de casa. Si a eso añadimos las 7/8 horas de sueño recomendadas, tan sólo quedarían 4 horas diarias de "tiempo libre", aunque en el fondo, no es tiempo libre porque hay un sinfín de responsabilidades o actividades que hay que cubrir. Cuando te quieres dar cuenta, se ha pasado un día más y así una semana más. ¿Y estar con tu gente? ¿Y tener tiempo para sentarte y hablar con tus padres, tus amigas? ¿Cuándo?
El trabajo tampoco estaba en su mejor momento y todo mezclado se fue convirtiendo en una bola de nieve cada vez más grande.
En ese afán mío de aprovechar cada minuto, de vivir a tope el instante, me sentí agobiada, ahogada, asfixiada. El calendario no tenía más que planes pero eso, en vez de ser escape y placer, se convirtió en estrés.
Quería llegar a todo y realmente no llegaba a nada. Quería seguir como siempre, estar pendiente de todo y todos, seguir diciendo que sí a los planes y personas que surgían y estar presente en todos lados... y me perdí. Me perdí hasta el punto de dejar "abandonadas" y desatendidas personas que son pilares.
Me agobié tanto que hubo un instante en el que quise abandonarlo todo, dar media vuelta, olvidar mi sueño y dejar todo atrás. No veía manera de salir ni de seguir adelante.
Pero volví (y en ello sigo...).
Y además de una forma irónica.
Quien puso la primera piedra para volver a centrarme fue aquello que tanto me había ahogado en los últimos años: Portugal.
Lejos de convertirse en un fin de semana de agobio, como lo había sido mi anterior visita, resultaron ser las 48h mejor aprovechadas de los últimos meses. No fueron dos días de jarana loca sino de muchas conversaciones, poner nuestras vidas en día, escuchar palabras de los que te quieren, de los que han vivido contigo una vida y sólo quieren verte feliz.
Regresar con la Familia y estar con ellos me hizo parar, frenar y analizar todo al detalle para ver luego el global. Volví con la mejor lección que podía recibir, una que ya debería haber aprendido hace mucho: no puedo estar siempre presente, no puedo estar en todos lados y lo que es más difícil, no puedo machacarme y hacerme sentir mal por ello. No soy ningún dios y tampoco lo pretendo ser. Es verdad que a veces nos centramos en lo que en ese momento es importante para nosotros, sin entender que los "primordiales" de ese instante, tal vez, sean sólo pasajeros... no son realmente nuestros pilares, y a veces somos injustos con esos pilares. Pero todo lleva su tiempo y adaptación y por eso necesitaba encontrar un equilibrio en mi nueva vida. E irónicamente, ellos me acompañaron en el primer paso.
Esos dos días fueron tan necesarios como el agua, y aunque han sido precisos algún día más para empezar a enderezar todo y poner la cabeza en orden, las cosas, poco a poco, espero que se vayan colocando en su lugar.
Volví de tierras lusas con nuevas sensaciones, nuevos sentimientos y creo que puedo decir que he hecho las paces con ella, la que tanto me provocó. Aún así sigo pensando que sólo lo podré comprobar la próxima vez que nos veamos las caras.
Toda esta falta de tiempo se ha arrastrado al blog. Hay que dedicarle horas y es algo que en estos momentos, infelizmente, no me sobra. Siempre he sido de las personas a las que le gusta hacer las cosas bien. Para hacerlas a medias, mejor no hacerlas. Y aunque ha sido una decisión muy difícil, también ha sido muy meditada.
Hace algo más de dos meses alguien me propuso un plan, un proyecto: plasmar el blog en libro. Adaptado, obviamente. Literalmente le dije que no estaba en su sano juicio (de buenas maneras) aunque confieso que ha sido algo que me ha rondado la cabeza desde entonces y he visto en ese posible proyecto una forma de sustituir al blog sabiendo lo que me estaba ocurriendo con él. No es y no será algo a corto plazo y tampoco estoy segura de si llegará a buen puerto o si tendré fuerzas y ganas suficientes. Pero en el último mes se ha cruzado en mi camino una persona que, a su manera, ha conseguido convertirse ya en especial y que me ha dado alas. Comparte conmigo la pasión por escribir y plasmar los sentimientos en papel (y no sólo) y me ha recordado, sin quererlo, que estamos hechos de pedacitos de nuestro pasado, tanto buenos como malos, que nos vamos moldeando poco a poco pero lo que somos en el presente es un puzzle de partes de aquello que ya vivimos. Sabe también que el proyecto no es fácil porque está viviendo algo parecido, pero me ha empujado a creer que lo que escriba, tal vez, pueda ayudar a alguien, que mis palabras puedan servir de aliento a otros.
Por todo eso hoy se cierra un capítulo más. Pero no puedo dejar de pensar en todo lo que ha vivido el blog, las historias y las personas que se han reflejado aquí. Pasa tanta gente a lo largo de nuestra vida, que sería muy difícil elegir con quién compartir cada aventura, de la misma manera que sería muy difícil quedarme con algún post. Todos han llevado su esencia única.
No sé si ha sido casualidad o destino cuando he conocido a todos y cada uno de los que me han acompañado. Solo sé que, a veces, las casualidades aciertan. Eso que ya he empezado a llamar de forma correcta: sincronicidades. Son personas de las cuales tienes más que aprender que aquello que tú puedes enseñarles. Y aunque ellas no lo crean, te hacen mucho bien de forma innata.
Es bonito echar la vista atrás, ver pasar el tiempo y recordar como si fuera ayer, momentos, que entonces ni les dimos importancia o les dimos menos de lo que merecían.
Hoy le doy importancia a todo lo exprimido en el blog, porque, principalmente, ha sido un blog vivo, en movimiento.
Hoy no lo veo como un punto y final sino como una continuación de algo mejor (¡ojalá!).
Ha sido un año duro, complejo, muy psicológico, de crecimiento, de madurez, de volver a empezar pero sobretodo de sobreponerse, de aprender y de alcanzar.
Acabo estos días todavía un poco a trompicones, intentando rehacer o recuperar o encontrar mi ritmo y no el ritmo que me impone lo que me rodea, cogiendo aire. No está siendo fácil pero espero hacer encajar las piezas, recomponer el puzzle y que todo vuelva a su sitio.
He buscado estos días en mis orígenes la paz y la calma que no he tenido en estos meses: con los míos; con Ellas, las incondicionales y presentes, porque a pesar de haberme perdido, siempre están; y con las de una vida entera, a las que hay que querer tal y como son.

Ojalá nos veamos entre letras muy pronto.

Final y principio.

-DetallesConectados-

domingo, 30 de diciembre de 2018

Corazón

A veces nos vemos obligados a tomar decisiones. Mil pros y mil contras. Intentamos adivinar que será mejor, intentamos darle mil vueltas a todo. ¿Razón o corazón?. A veces no hay manera de saber. Y es en ese momento cuando sólo podemos hacer una cosa. Cierra los ojos y déjate llevar. Quédate con los que quieran que estés, quédate donde quieras estar. Deja hablar al corazón, esa será la mejor decisión. Porque a veces cuando sobran razones y faltan motivos, hay que dejarse llevar. Haz lo que sientas. Siempre.

-Caracoles Caraduras-

sábado, 29 de diciembre de 2018

Tenemos que vernos más

Hace tiempo me di cuenta que la frase “Tenemos que vernos más” solo sirve si se quiere.
Cuando no importan las excusas, cuando hay ilusión por reunirse, por reencontrarse. Cuando hay ganas de ponerse al día, de charlar durante horas, de reír. Cuando te esfuerzas por ver a alguien, por estar con ella, por crear momentos.
Me di cuenta que el “Tenemos que vernos más” no depende del tiempo, sino de las ganas. Al fin de cuentas, es cuestión de actitud.

-Un rincón maravilloso-

jueves, 27 de diciembre de 2018

Lo esencial

—Adiós —dijo el zorro—. He aquí mi secreto, que no puede ser más simple: sólo con el corazón se puede ver bien; lo esencial es invisible para los ojos. —Lo esencial es invisible para los ojos —repitió el principito para acordarse. —Lo que hace más importante a tu rosa, es el tiempo que tú has perdido con ella.

-El Principito-

martes, 25 de diciembre de 2018

Personas

Te das cuenta que los años pasan cuando en Navidad no deseas más regalos, sino personas.

-La chica de ayer-

lunes, 24 de diciembre de 2018

La Navidad eres tú

La Navidad es mi madre escondiendo en el armario los regalos del día 5, para mantener viva una ilusión inocente. La Navidad es mi abuelo trayendo a casa un jamón, que probará como si fuera el primero, y que elegirá con la ilusión de ver deleitarse a sus nietos. La Navidad son los besos de mi abuela el día 24, y los villancicos anticuados con los que se arranca cada año. La Navidad es mi hermana rebuscando entre los puestos una figura para el Belén con la que sorprenderme. Ni dinero, ni luces extravagantes, ni alcohol abusivo. Toda la luz que yo necesito brilla en la gente que me quiere, que se acuerda de mí y que decide compartir conmigo estas fechas.
La Navidad también son mis amigos, sentados al otro lado de la mesa, en una cena esperada, deseada, programada, que acaba con una anécdota nueva que la distingue de todas las anteriores. Y también es el mes y medio que nos ha costado organizarla, asumir que la edad va restándonos cada vez más tiempo de disposición propio y va añadiéndonos más compromisos inesquivables. Pero aquí estamos, juntos, un año más, para brindar porque hemos permanecido unidos otros 365 días en los que también hemos sabido cuidar los unos de los otros en los malos momentos. La Navidad es la sonrisa nerviosa de mi sobrina con cada detalle nuevo que descubre. Los ojos acristalados de millones de niños rebosantes de ilusión.
La Navidad también es la solidaridad ciudadana que ojalá se perpetuara todos los meses del año. La Navidad es un beso con sabor a vino tinto, una caricia de reconciliación, un abrazo de bienvenida en la terminal de un aeropuerto lleno de personas que siempre son hogar. Familias reuniéndose una única vez al año, cruzando océanos, recorriendo kilómetros y regresando al pueblo, con las maletas llenas de amor y nostalgia. Y un mensaje de sorpresa que te devuelve a la vida, un recuerdo compartido, una llamada esperada. La Navidad también son, con todo el dolor de mi corazón, los que ya no están, los que ojalá estuvieran, y los que nos enseñaron los primeros pasos en el baile de la vida . Es la sonrisa tierna de mi abuelo dedicando a las 12 uvas el mismo deseo: salud para los míos. Y Navidad también es gente queriéndose en callejones en los que se ha acabado el invierno para dar lugar a la pasión; jóvenes arreglándose delante del espejo para que les vea guapos quien jamás les ha visto feos.

La Navidad eres tú y lo que tú hagas de ella, todo depende del amor que decidas ponerle a estas fechas.

-La mirada de Julita-

domingo, 23 de diciembre de 2018

Ahí


Y no quiero que entre nosotros exista la mínima posibilidad de ponerle fin a todo, simplemente quiero permanecer ahí, para todo, para siempre.

-Anónimo-

viernes, 21 de diciembre de 2018

El 100%

Mi abuelo me dijo una vez: "las relaciones que funcionan son aquellas que comprenden que no siempre se puede dar un 50/50. Algunos días, cuando me levanto, solo puedo dar 10, entonces tu abuela tiene que dar el 90 que falta. A veces yo pongo 60 y ella 40, porque lo importante es que exista un 100% de amor".

-Anónimo-

jueves, 20 de diciembre de 2018

De cuando miramos hacia atrás

El fuego de la chimenea caldeando la estancia, multitud de fotografías sobre la mesa e historias sobre otros tiempos flotando en el ambiente.
Hay conversaciones, personas y recuerdos que se repiten en el tiempo. Sin venir a cuento, periódicamente o en ocasionales puntuales. Especiales. Decisivas. Historias que no caen fácilmente en el olvido y de las que es difícil hacerse a un lado, o no hacer frente, o dejar pasar de largo.
Como un boomerang que siempre vuelve.
El pasado. Todo aquello que fue. Todo aquello que un día vivimos, fuimos y soñamos. O incluso lo que no. Todo aquello que ya está escrito, pisado, superado. O debería. Lo que forma parte nuestra, y nosotros de ello. De lo que hoy algo queda, por poco que sea. O quizá, por el contrario, queda casi todo.
Un amasijo de experiencias, de historias a medio cocer, de páginas rotas, manchadas y esquinas dobladas. Un conjunto de puntos puestos antes de tiempo, de largas noches de invierno y de insomnio y de cafés fríos, que se quedaron pendientes.
Un pasado que, en muchas ocasiones, vuelve para hacernos recordar. Aquellas migas de pan que nos dejamos por el camino. Intencionadamente o por despiste. Algo que nos puede sonar lejano, extraño o incluso increíble. Algo que es importante, lo queramos, lo veamos, o intentemos negarlo. Algo sin lo cual, nos faltan piezas para completar el puzzle que se nos resiste o tejas para terminar el tejado. De esa nueva casa. De esa nueva vida. De esa nueva era.
Algo, sin lo cual, no funcionará. Sea lo que sea.
Y es que, es echando la vista atrás cuando se consigue comprender. El ayer y el hoy. Y lo que va a venir después. Que el pasado ayuda a entender de dónde veníamos y dónde estamos ahora. Cómo éramos, sentíamos y actuábamos. Del porqué antes sí y ahora no. O al revés. De por qué hoy somos lo que somos. Y de lo que se puede adivinar más adelante.
Y que a veces es fácil caer en él. En sus cantos de sirena, en los bellos recuerdos que evoca. Girarnos ante sus susurros, volver a ver aquella película que vimos una vez. O dos. O demasiadas veces. Incluso aunque no nos gustara, ni entonces ni ahora. Y quedarnos anclados, frenados o incluso dar algún paso atrás.
Que es peligroso, por el riesgo de quedarse atrapado. En el pasado, en lo que fue y en lo que no. En lo ya conocido, pero que no tiene cambio, ni sorpresa, ni vuelta atrás. En lo que tuvo su razón de ser, para ser lo que fue. Aunque aún hoy se nos escape. O creamos que se nos escapa.
Porque sabemos más de lo que creemos. En general y de habitual.
Porque entenderlo nos puede ayudar a no repetirlo. A saber elegir mejor, las decisiones, las compañías, los pasos hacia delante. Y los que es mejor no dar. Las invitaciones que perdemos por no aceptarlas, por no abrirlas, por no atrevernos. Las oportunidades que no supimos tomar y ante las que nos cruzamos de brazos. Las veces en que fingimos, miramos hacia otro sitio o evitamos cualquier contacto.
Porque mirarlo en el tiempo no lo cambia, pero ayuda. A apreciarlo con más calma, a no quemarnos, a que no nos haga daño. A hacer algo al respecto, a cambiar de papel, a soltarnos de su mano. A empezar a remar hacia otro lado. A dar lo que no dimos, a cumplir lo que una vez soñamos. A saber a dónde ir, a no aplazar más. Por miedo, por cobardía o indecisión. Por el motivo que sea.
Excusas.
Y que si miramos hacia atrás para comprender, es mirando hacia delante cuando vivimos.
Miramos hacia adelante cuando recuperamos el norte, después de haberlo perdido. O cuando aprendemos a recuperarlo, a no temer perdernos, a volver siempre que nos perdamos. A salir de donde no queremos estar, a no volver, a no entrar. A decirlo con todas las letras.
Miramos hacia adelante cuando sabemos soltar. Y seguir. Y no mirar más que en contadas ocasiones, para no caer. Para saber prepararnos para saltar, salir corriendo o frenar en seco. Cuando sabemos con qué quedarnos, con quién reír, con quién llorar.
Miramos hacia adelante cuando aprendemos a construir en tiempo presente. A reconstruir, desde cero o desde donde estemos. A poner los puntos sobre las íes. A pisar con más fuerza, con la que siempre hemos tenido, pero no siempre hemos mostrado.
Miramos hacia delante cuando sabemos con qué conformarnos y con qué no. Cuando dejamos de conformarnos con menos, pudiendo tener más. Cuando sabemos parar y no perdernos en una carrera por tener simplemente más de lo que sea. Sin tener en cuenta el coste. Sin tenernos en cuenta a nosotros mismos. Sin tener en cuenta lo que ya tenemos. Y somos.
Miramos hacia adelante cuando aprendemos a aceptar nuestros errores. Cuando aprendemos de ellos, a no repetir muchos de los conocidos, a continuar a pesar de los nuevos. A tomárnoslos de otra manera. A no ser ellos. A restarles importancia cuando no la tengan y a relativizar siempre que se pueda. A tomarnos nuestro tiempo, a no caer en todos nuestros tropiezos.
Aprendemos a mirar hacia delante, cuando dejamos de mirar hacia atrás continuamente. Cuando aprendemos que a lo que podemos dar forma es lo que tenemos delante. Y cogemos el lápiz o la pluma, y empezamos a escribir.
Aprendemos a mirar hacia atrás cuando miramos desde la distancia, cuando no nos involucramos. Cuando aprendemos de nosotros, de lo que hemos cambiado y de todo lo que nos queda por delante. Cuando entendemos de verdad lo que ha pasado.
Que hay cosas que sólo descubrimos una vez han pasado.

Cuando miramos hacia atrás.

-Entre suspiros y un café-

miércoles, 19 de diciembre de 2018

Regala tiempo



Regala tiempo,
que el amor se marchita.
Da de tu tiempo 
y verás heridas 
convertidas en flores.
Elige compartirlo,
que no hay mayor regalo
que la música de las risas
sonando a la vez.
Que el tiempo solo es oro
si lo inviertes en recuerdos felices.
[...]

-Sara Búho-

lunes, 17 de diciembre de 2018

No te voy a pedir

No te voy a pedir que me des un beso. Ni que me pidas perdón cuando creo que lo has hecho mal o que te has equivocado.
Tampoco voy a pedirte que me abraces cuando más lo necesito, o que me invites a cenar el día de nuestro aniversario.
No te voy a pedir que nos vayamos a recorrer el mundo, a vivir nuevas experiencias, y mucho menos te voy a pedir que me des la mano cuando estemos en mitad de esa ciudad…
No te voy a pedir que me digas lo guapa que voy, aunque sea mentira, ni que me escribas nada bonito.
Tampoco te voy a pedir que me llames para contarme qué tal te fue la noche, ni que me digas que me echas de menos.
No te voy a pedir que me des las gracias, ni que hagas el tonto conmigo cuando mis ánimos están por los suelos, y por supuesto, no te pediré que me apoyes en mis decisiones.
Tampoco te voy a pedir que me escuches cuando tengo mil historias que contarte. Es más, no te voy a pedir que hagas nada, ni siquiera que te quedes a mi lado para siempre…
Porque si tengo que pedírtelo, ya no lo quiero.

-Frida Kahlo-

viernes, 14 de diciembre de 2018

Inténtalo

“No soy capaz de hacer esto”. ¿Ah, no?, no eres capaz. ¿Y tú qué sabes? ¿Quién lo dice? No tienes ni idea.
Te diré yo algo. No sabes de lo que eres capaz hasta que, al menos, lo intentas. Hasta que pruebas y te esfuerzas. 
Así que deja de decir tonterías y de adelantarte a los acontecimientos e inténtalo.

-Un rincón maravilloso-

jueves, 13 de diciembre de 2018

Silencio

Creo que es muy difícil enfrentarse a una realidad que no nos hace felices. Y cuando crees que todo va mal, de repente se arregla algo y todo lo demás encuentra su sitio, como si se tratara de un puzzle. Así que cuando creo que todo es una mierda, pienso en si realmente lo es todo o solo es una cosa. A la que no me quiero enfrentar, que no quiero ver, que no quiero pensar en ella, la que me está haciendo daño.
Y voy a por ella, o no. Pero sé que es eso y me obligo a ver lo positivo de todo lo demás. Me digo que ya sé lo qué. ¿No quiero enfrentarme a eso? Pues tendré que aprender a vivir así. ¿Quiero hacer algo al respecto? ¡Pues a por todas! Así que cuando siento que algo va mal, simplemente me esfuerzo en saber qué es exactamente. Me dedico todo el tiempo que necesito para encontrar la respuesta y me escucho. Porque hay tanto ruido a nuestro alrededor, tantas cosas por hacer. Tantas prisas, tantos consejos, tantas restricciones, que a veces olvidamos que lo único que necesitamos es un poco de silencio.

-Compartiendo Macarrones-

miércoles, 12 de diciembre de 2018

Curiosa

Ella es curiosa. Va por el mundo con sus enormes ojos abiertos, intentando guardarlo todo en su memoria. No disimula cuando algo le fascina. Le gusta viajar. Tantas veces ha pensado en dejarlo todo y huir con su maleta repleta de por si acasos. Suele dar bastantes vueltas a la cosas y cree que le iría mejor si pasara de todo. Pero no puede. Ella no es así.
Confía pronto, aunque tantas veces se ha propuesto no hacerlo. Cuenta que así se ahorra decepciones. Pero no puede evitar abrir su corazón y su mente a quien le hable de amor, de sueños y de letras. Le gusta leer, dice que nunca tiene tiempo, pero al final siempre saca un poco. Y luego tiene ese tremendo vacío interior cuando termina un libro.
Aprecia los detalles. Los que no se compran en centros comerciales. Y adora las croquetas. Y quién no. También dice que la música puede curar casi todo. Y se va, tarareando. Pero siempre vuelve, si la necesitas, de verdad. Siempre perdona. No habla de olvidar, porque le cuesta. Huele a domingo. Y si la escuchas, si la entiendes, o si al menos lo intentas, ella está dispuesta a regalarte su tiempo. Eso es lo más valioso, dice. 

-Compartiendo Macarrones-

martes, 11 de diciembre de 2018

Espero

Espero que te enamores de alguien que siempre responda tus mensajes y que nunca deje que duermas pensando que no eres querida. Espero que te enamores de alguien que tome tu mano cuando se vaya la luz o tengas miedo.
Espero que te enamores de alguien que mire galaxias en tus ojos y escuche música en tus latidos. Espero que te enamores de alguien que te haga sonreír en los buenos y en los malos días. 
Espero que te enamores de alguien que nunca te abandone, incluso en tus sueños. Alguien que se quede contigo cuando te encuentres bien y cuando te encuentres mal. Alguien que te haya visto en tus peores días: desmaquillada, despeinada, enfadada, enferma... y que siga amándote.
Espero que te enamores de alguien que te bese bajo la lluvia y te abrace en invierno. Alguien que te recuerde a diario lo bonita que eres en todas tus facetas. Alguien que no tenga ojos para otra y que cada día se enamore más de ti.

-Anónimo-

domingo, 9 de diciembre de 2018

Aprender

Aprende a vivir tanto las cosas malas como las buenas. Que si alguien llega sea para acompañarte y no para salvarte de ninguna situación de la que tú, no puedas hacerlo.

-Los lunares de mi piel-

sábado, 8 de diciembre de 2018

Esperanza

Supongo que, al final, la esperanza es siempre lo último que se pierde. Y así debe y tiene que ser. Algo así como el clavo ardiendo que uno suelta, sin quererlo, y que te lleva a ese precipicio al que nadie quiere caer, aunque lo finjan a veces.
La verdad, allí al fondo, a lo lejos, nos recuerda varias cosas: que la mayoría de las veces duele, que no se puede tener todo y que todo el mundo, contadas excepciones mediante, tiene lo que se merece.
Así que, en esta cosecha de otoño, en estos bailes de soledad bajo la lluvia, uno comprende que la vida te da y te quita. Y nos quedamos viviendo en lo que perdemos, en un capricho intenso de hacer balance cuando la guerra ya ha terminado.

-Alejandro Sotodosos-

jueves, 6 de diciembre de 2018

No te rindas

No te rindas ahora. Lo más probable es que tu mejor beso, tu mayor carcajada y tu gran día todavía estén por llegar.

-Lo que me encantaría decirte-

miércoles, 5 de diciembre de 2018

Oportunidades

A veces, o nos tiramos a la piscina o no aprenderemos a nadar nunca.
Hay oportunidades que se ponen por delante y, aunque nos den un poco de miedo y lo pensemos varias veces, no podemos dejarlas escapar. Porque pueden ser mejores de lo que nos podemos llegar a imaginar.
Por eso lánzate a cada una de ellas. Y si sale mal, al menos lo habrás intentado. Pero si sale bien, si realmente aciertas, lo que se siente es inexplicable.

Ya sabes.

-Un rincón maravilloso-

martes, 4 de diciembre de 2018

Aguanta la mirada

Cuando era niño solía jugar a un juego. Visto en la distancia parece una tontería, pero en aquellos años nos hacía felices, y eso es algo que no se puede menospreciar. 
Consistía en elegir a un amigo y mirarse a los ojos fijamente, sin parpadear. ¿El ganador? Aquel que tardara más en pestañear.
Recuerdo que a veces los ojos me lloraban, y mucho, especialmente al principio, pero resistía y solía vencer. 
Nunca olvidaré aquellos años, pues me enseñaron a aguantarle la mirada al miedo, al dolor, a la pena, al recuerdo de ese amor que quise tanto y no pudo ser. 
Aún juego todavía. No con otros ojos, sino con la vida. Y aunque a veces me hace llorar, sé que si mantengo la mirada cuando más escuece todo mal termina por desvanecerse.. 
El miedo, el dolor, la pena, su ausencia...
Todo se marcha si lo miro fijamente. 
Todo se va si no soy yo quien se retira.

Si me permito escuchar su mensaje.

-El universo de lo sencillo-

lunes, 3 de diciembre de 2018

Sensibilidad

La sensibilidad es una condena, pero te permite aprovechar millones de colores en un viaje en blanco y negro.

-La chica de ayer-

sábado, 1 de diciembre de 2018

Es de valientes

Es de valientes acallar tus miedos. Y escuchar tu propio silencio.
El que te dicta lo que de verdad quieres, lo que ocultas en lo más profundo y que, a veces, te esfuerzas tanto en reprimir. En ocultar, en enmudecer, en no escuchar. En que no salga a la superficie. Lo que incluso te da cierto pavor reconocer o intentar. Lo que no llegas a creer posible, y a lo que te niegas a arriesgar o probar.
Es de valientes comprometerse con uno mismo. De veras y por completo. Sin pretextos, excusas ni disculpas. Quererse con todas las de la ley y a pesar de las dudas. No quedarse atrás, a un lado o en segundo plano. No dejarse arrastrar, ni pretender que otros te rescaten. No buscar nada de fuera sin antes hallarlo dentro. Saber buscarlo. Saber encontrarlo.
Saber cuidarlo.
Es de valientes lucir sonrisa cuando por dentro tiemblas. Cuando sientes que estás a punto de romperte o cuando, de alguna manera, ya lo has hecho. Ya te has roto e incluso te encuentras recogiendo tus pedazos. Uno a uno. Sabiendo que nunca volverás a recomponerte del todo. Sabiendo que, aunque pegues uno a uno esos pedacitos, no será lo mismo. Y hasta desear que no vuelva a serlo.
Desear que algo cambie. Desear que el que cambie, seas tú.
Es de valientes salirte del camino más transitado. El que te dicen has de seguir. El que sigue todo el mundo, o todo el mundo quiere seguir. No hacerlo, y crearte el tuyo, aunque hayas de partir de cero e inventártelo sobre la marcha. A tu ritmo, a tu paso, a tu compás. Y no desesperarte si no ves el final, si te asaltan las dudas o si te encuentras con un desvío detrás de otro. Elegir y probar. Ver qué pasa después.
Es de valientes decidir por uno mismo. No dejarse llevar por otros instintos, por otras experiencias, por otras habladurías. Decidir escucharte a ti, en primer lugar. A tus silencios, a tus pasos. Sin esperar soluciones mágicas ni pretender agradar a todo el mundo.
Salvo a ti.
Es de valientes jugar a ganar. A ser ganador. Actuar como si ya lo fueras. Apostar a negro, sabiendo que puede salir rojo. Sabiendo que, en ocasiones, arriesgas mucho de lo que tienes y de lo que podrías tener. Sabiendo que para ganar, hay que arriesgar. Y apostar por algo. Por tus sueños, por tus miedos, por ti. Apostar aunque desconozcas lo que vendrá a continuación, pero sabiendo dónde estás ahora y a dónde quieres llegar. Estar dispuesto a soltar. A perder. Y a avanzar.
Es de valientes no rendirse. No claudicar ni dar marcha atrás. Enfrentarse a cualquier o, saltar cualquier ola, olvidarse de las piedras que te hagan caer. De las caídas, de los tropiezos, de los enredos. Seguir adelante, incluso cuando el desánimo te toque el hombro o un vendaval te haga retroceder.
Aprender a cambiar de aires.
Es de valientes reinventarse. Un poco, a medias o por completo. Cada día o cada vez que lo consideres necesario. Cambiar de ideas, renovar sonrisas, olvidar actitudes. De las que no llevan a ningún callejón con salida. De las que dejan cicatrices. De las que te impiden ser tú o llegar a serlo. De las que hacen incluso daño.
Es de valientes no perder la esperanza. Ni la ilusión. Creer en ti, en tu valía, en tu grandeza. Mantener la calma, la templanza y las ideas claras cuando las circunstancias no acompañen, cuando la vida no te sonría, o no del modo que te gustaría. Cuando todo te dé vueltas.
Es de valientes reconocer que te equivocaste. Admitir que no era la mejor opción. Que pudiste hacerlo mejor o incluso no hacerlo. O hacerlo de una manera completamente distinta. Admitirlo, sentirlo, pero no arrepentirte. No quedarte ahí, en el error en sí, en “lo que pudo ser”, en el pasado. Sino aprender de ello.
Es de valientes aprender. A escuchar y a callar. A hablar y a sentir. Aprender cuándo decir no, y cuándo que sí. Y no hacerlo al contrario. No engañarnos ni contarnos medias verdades. Decirnos lo que necesitamos oír, hacer lo que queremos hacer. No quedarnos con palabras por decir ni regalos por abrir.
Es de valientes no vivir a medias.
Ser protagonista, y no serlo de boquilla. Actuar como tal, y no solo sobre el papel. Ser escritor y director de tu historia, coreógrafo de tus pasos, inventor de tus soluciones.
Es de valientes ser compañía, de la verdadera. Acompañar y estar. Elegir a quién y con quién no. Saber cuándo ir y cuándo volver. Y saber marcharse.
Es de valientes ser uno mismo. Aunque desentones. Aunque vayas contra marea. Aunque sientas que no pegas. Y no dejar de serlo, a pesar de todo.
Y encontrar tu sitio.
Porque es de valientes serlo, y no simplemente fingirlo.

-Entre suspiros y un café-