jueves, 20 de diciembre de 2018

De cuando miramos hacia atrás

El fuego de la chimenea caldeando la estancia, multitud de fotografías sobre la mesa e historias sobre otros tiempos flotando en el ambiente.
Hay conversaciones, personas y recuerdos que se repiten en el tiempo. Sin venir a cuento, periódicamente o en ocasionales puntuales. Especiales. Decisivas. Historias que no caen fácilmente en el olvido y de las que es difícil hacerse a un lado, o no hacer frente, o dejar pasar de largo.
Como un boomerang que siempre vuelve.
El pasado. Todo aquello que fue. Todo aquello que un día vivimos, fuimos y soñamos. O incluso lo que no. Todo aquello que ya está escrito, pisado, superado. O debería. Lo que forma parte nuestra, y nosotros de ello. De lo que hoy algo queda, por poco que sea. O quizá, por el contrario, queda casi todo.
Un amasijo de experiencias, de historias a medio cocer, de páginas rotas, manchadas y esquinas dobladas. Un conjunto de puntos puestos antes de tiempo, de largas noches de invierno y de insomnio y de cafés fríos, que se quedaron pendientes.
Un pasado que, en muchas ocasiones, vuelve para hacernos recordar. Aquellas migas de pan que nos dejamos por el camino. Intencionadamente o por despiste. Algo que nos puede sonar lejano, extraño o incluso increíble. Algo que es importante, lo queramos, lo veamos, o intentemos negarlo. Algo sin lo cual, nos faltan piezas para completar el puzzle que se nos resiste o tejas para terminar el tejado. De esa nueva casa. De esa nueva vida. De esa nueva era.
Algo, sin lo cual, no funcionará. Sea lo que sea.
Y es que, es echando la vista atrás cuando se consigue comprender. El ayer y el hoy. Y lo que va a venir después. Que el pasado ayuda a entender de dónde veníamos y dónde estamos ahora. Cómo éramos, sentíamos y actuábamos. Del porqué antes sí y ahora no. O al revés. De por qué hoy somos lo que somos. Y de lo que se puede adivinar más adelante.
Y que a veces es fácil caer en él. En sus cantos de sirena, en los bellos recuerdos que evoca. Girarnos ante sus susurros, volver a ver aquella película que vimos una vez. O dos. O demasiadas veces. Incluso aunque no nos gustara, ni entonces ni ahora. Y quedarnos anclados, frenados o incluso dar algún paso atrás.
Que es peligroso, por el riesgo de quedarse atrapado. En el pasado, en lo que fue y en lo que no. En lo ya conocido, pero que no tiene cambio, ni sorpresa, ni vuelta atrás. En lo que tuvo su razón de ser, para ser lo que fue. Aunque aún hoy se nos escape. O creamos que se nos escapa.
Porque sabemos más de lo que creemos. En general y de habitual.
Porque entenderlo nos puede ayudar a no repetirlo. A saber elegir mejor, las decisiones, las compañías, los pasos hacia delante. Y los que es mejor no dar. Las invitaciones que perdemos por no aceptarlas, por no abrirlas, por no atrevernos. Las oportunidades que no supimos tomar y ante las que nos cruzamos de brazos. Las veces en que fingimos, miramos hacia otro sitio o evitamos cualquier contacto.
Porque mirarlo en el tiempo no lo cambia, pero ayuda. A apreciarlo con más calma, a no quemarnos, a que no nos haga daño. A hacer algo al respecto, a cambiar de papel, a soltarnos de su mano. A empezar a remar hacia otro lado. A dar lo que no dimos, a cumplir lo que una vez soñamos. A saber a dónde ir, a no aplazar más. Por miedo, por cobardía o indecisión. Por el motivo que sea.
Excusas.
Y que si miramos hacia atrás para comprender, es mirando hacia delante cuando vivimos.
Miramos hacia adelante cuando recuperamos el norte, después de haberlo perdido. O cuando aprendemos a recuperarlo, a no temer perdernos, a volver siempre que nos perdamos. A salir de donde no queremos estar, a no volver, a no entrar. A decirlo con todas las letras.
Miramos hacia adelante cuando sabemos soltar. Y seguir. Y no mirar más que en contadas ocasiones, para no caer. Para saber prepararnos para saltar, salir corriendo o frenar en seco. Cuando sabemos con qué quedarnos, con quién reír, con quién llorar.
Miramos hacia adelante cuando aprendemos a construir en tiempo presente. A reconstruir, desde cero o desde donde estemos. A poner los puntos sobre las íes. A pisar con más fuerza, con la que siempre hemos tenido, pero no siempre hemos mostrado.
Miramos hacia delante cuando sabemos con qué conformarnos y con qué no. Cuando dejamos de conformarnos con menos, pudiendo tener más. Cuando sabemos parar y no perdernos en una carrera por tener simplemente más de lo que sea. Sin tener en cuenta el coste. Sin tenernos en cuenta a nosotros mismos. Sin tener en cuenta lo que ya tenemos. Y somos.
Miramos hacia adelante cuando aprendemos a aceptar nuestros errores. Cuando aprendemos de ellos, a no repetir muchos de los conocidos, a continuar a pesar de los nuevos. A tomárnoslos de otra manera. A no ser ellos. A restarles importancia cuando no la tengan y a relativizar siempre que se pueda. A tomarnos nuestro tiempo, a no caer en todos nuestros tropiezos.
Aprendemos a mirar hacia delante, cuando dejamos de mirar hacia atrás continuamente. Cuando aprendemos que a lo que podemos dar forma es lo que tenemos delante. Y cogemos el lápiz o la pluma, y empezamos a escribir.
Aprendemos a mirar hacia atrás cuando miramos desde la distancia, cuando no nos involucramos. Cuando aprendemos de nosotros, de lo que hemos cambiado y de todo lo que nos queda por delante. Cuando entendemos de verdad lo que ha pasado.
Que hay cosas que sólo descubrimos una vez han pasado.

Cuando miramos hacia atrás.

-Entre suspiros y un café-

No hay comentarios:

Publicar un comentario