domingo, 31 de diciembre de 2017

2017...


Sé que algunos de vosotros ansiabais por este post. Me lo habéis dicho en alguna ocasión: el mejor, el de final de año. Pues os confieso que yo también le tenía muchas ganas. No tanto por el hecho de escribirlo en sí, que también, sino porque supone el punto y final a una etapa muy importante que lo ha sido todo para mí.
Aunque sea increíble, este es el tercer año que las uvas van a acompañar a DetallesConectados. 
2015, 2016 y 2017... 
Se va. Se va un año que lo ha tenido todo y al cual, creo, que no le hubiese podido pedir más. Días felices y otros tristes. Días de verlo todo claro y otros de verlo todo muy negro. Qué bonitos esos de risas y gansadas, los que no quieres que te suelten y qué cuesta arriba esos complicados, los que sólo quieres que acaben. 
Si el 2016 había sido un año mágico, éste no sabría cómo describirlo. 
Es muy probable que este año se quede grabado en la memoria y no sólo en la mía sino en la de muchos que me han acompañado. Será muy complicado que me olvide o nos olvidemos de todo lo que ha ocurrido en estos doce meses. 
Ciertamente cuando acaba un año y empieza el siguiente, de alguna manera y aunque algunos digan que sólo es un día más, nuestro cerebro apunta hacia un nuevo comienzo. Tal vez no en todo, pero siempre hay algún punto de nuestra vida con el que queremos partir de cero.
Personalmente empezaba el mes de enero con un ansia de comerme el año, de vivirlo, de aprovecharlo, de hacer ese gran cambio y de cerrar un libro para dar paso al siguiente. 
Lo venía pidiendo a gritos. Lo necesitaba ya. Pero al mismo tiempo no lo veía claro. Era un cambio excesivamente brusco. Era romper con una vida entera, cómoda, fácil, construida de la nada y a veces con algo de sufrimiento. Era acabar con algo que había sido edificado a base de luchar y del querer. Era dar un salto al vacío, sin red, como a veces hacen los trapecistas en el circo. Una vez que saltan, por muy preparados que estén, no saben lo que puede ocurrir durante el vuelo. 
En ese momento y pasado apenas mes y medio es en el que me encuentro ahora. En pleno vuelo. Esperando a ver qué depara lo que está por venir. 
He seguido oyendo esa palabra que muchas veces creo que me viene excesivamente grande y que todavía me regaláis: valiente. 
Es por eso que aunque de estos meses me lleve muchas lecciones, mucho aprendizaje, tal vez la más grande sea haber entendido que la distancia entre lo que queremos y lo que nos aterra tiene a veces el grosor de una pestaña. Su separación es tan fina que podemos llegar a confundirla y hacer que nos quedemos en la parte del miedo, siendo incapaces de arriesgarnos y apostar por aquello que realmente deseamos.
Afortunadamente aposté por aquello que quería, aquello que sabía que me iba a hacer feliz, aunque costase llegar a la meta final. 
El cambio no está siendo fácil. El paso de querer volver y volver, era sencillo. Llegar y empezar todo de cero, aunque vuelvas a tu casa y a tu gente de siempre, es jodido. No es lo mismo llegar y estar de visita, donde todo es perfecto y el poco tiempo se aprovecha al máximo como si no hubiese próxima vez, que vivir el día a día, donde todo se vuelve más relajado y esos momentos tan intensos se diluyen en el tiempo. 
Venía con la lección aprendida pero la práctica es otra cosa. Vivirlo y sentirlo es diferente. 
Con todo esto no quiero decir que esté arrepentida. Ni mucho menos. La decisión fue la correcta, a pesar de la complejidad de la misma. No obstante, todo aquello de lo que hablan los retornados sobre las dificultades de adaptación, cuando regresan, es verdad. Tan real como la vida misma. 
La cuestión es que es necesario dar espacio, no dejarse llevar por la parte mala, intentar encontrar "tu lugar", hacerte uno nuevo, y eso requiere tiempo y algo de paciencia. 
Aunque haya saltado al vacío, habéis sido muchos los que me habéis asegurado con cuerdas, con manos, con lo que habéis podido. Algunos para empujarme, dejando siempre una estela por detrás, y para animarme a marcharme, y otros para recibirme con los brazos abiertos para que no me cayese. Tengo claro quién ha estado ahí en estos últimos meses, semanas, independientemente desde cuando nos conozcamos... sois vosotros con los que sé que puedo contar aun estando lejos o a tan sólo unas calles de distancia. 
Ha sido un año muy intenso. De muchos trenes, aviones, autobuses y coches. De kilómetros y kilómetros, de horas y horas viajando sólo para poder estar con quien realmente quería y donde quería. Para ver la felicidad de los míos, para reencontrarme y recordar viejos momentos del pasado, para vivir instantes que me han hecho y me hacen feliz. Todo esto siempre con personas y amigos que se han desvivido y que han hecho todo lo posible para estar un tiempo juntos, para vernos, aunque fuese mínimo. Esos que ahora están lejos, pero que estaban cerca y los que estaban lejos y que ahora están a mi lado. 
Sigo diciéndolo cada vez que echo la vista atrás: qué suerte encontrar esas personas que llegan sin haberlas buscado. 
Es por eso que, una vez más, me llevo otra lección (más bien la refuerzo) de este año. En toda relación (amistad, pareja, familia...), ese vínculo es de los dos lados. No es que por tú dar, tienes obligatoriamente que recibir. Pero ese vínculo es recíproco y como tal, para haber relación, tiene que existir implicación de las dos personas. Cuando de un lado deja de existir implicación y reciprocidad, deja de existir relación. 
Es muy complicado pasar página de estas situaciones, es duro, pero al mismo tiempo simple: Que te importe quien te aporte y quien no aporte que se aparte. Tal vez algo frío, pero como decía alguien que conozco: una vez que conoces lo bueno, ya no quieres lo menos bueno, porque sabes que hay mejor y sabes que no mereces menos, que mereces que te quieran y que te quieran bien.
 
Un año se compone de las personas con las que lo has compartido, esas que siempre están, esas que te tendieron su mano y tiraron de ti para levantarte, esas que le han dado sentido a todo lo que has vivido. Sin ellas, ni las alegrías se habrían multiplicado, ni las penas se habrían dividido hasta llegar a desaparecer (Te lo dije cantando).
 
Estos meses, si cabe, han sido más emotivos que nunca. He compartido con muchos de vosotros momentos inolvidables que hemos vivido con mucha intensidad, atardeceres de cine junto al mar, aventuras programadas e improvisadas que no cambiaría por nada, noches de pequeñas locuras e instantes de casualidades mágicas. 
Tengo una lista infinita de despedidas, algunas dolorosas, pero tengo otra lista, el doble de infinita, de reencuentros. Tuve que dejar atrás a la Familia en la más triste pero fui acogida y recibida por el calor de esas Amiguis siempre incondicionales. 
Es bonito pararse a pensar y repasar todo lo que ha sido el año, lo que has vivido, lo que has compartido, con quién lo has hecho, dónde has estado.
Las fotos ayudan a veces a recordar ciertos momentos pero hay muchos de ellos que sólo están en el disco duro interior, y esos, son sin duda los mejores. Aquellos que al pensar en ellos se te pone, inevitablemente, una sonrisa tonta en la cara. 
Como siempre, no podría elegir uno. ¿Cómo hacerlo? Hay tantos y tantos... ¡y más en un año como éste! Los viajes a casa, incluido el último; los Madrid me mata con mis Adelas; la boda de mi Ani; los conciertos nacionales e internacionales; las locuras de viajes a Lisboa de mis Amiguis y el verano inolvidable que me hicieron pasar a su lado; los "side by side" con mi sis, que no han sido pocos; Pamplona; la aventura del finde del Viña; la ya mítica Sierra; los reencuentros Serranos; los desayunos en casa de mi Roci (y su Cary) tras nuestras noches de bailes, risas, parladas y copas; las cenas, las excursiones y las salidas con la Familia; esos momentos íntimos de confesiones inesperadas, las mías y las de otros; Córdoba; las conversaciones sobre los sueños (y mil más) con mi pajarito Aída; mis últimos paseos en la Ciudad Blanca; la despedida perfecta con mi chico "noviembre", el único capaz de hacerme caer rendida y llorar a lágrima tendida con tan sólo unas pocas palabras; mi tranvía 28... y mi estrella... 

Quería ser soñadora, más de lo normal por una vez, aunque con los pies en el suelo. Quería volar y dejarme llevar pero sabiendo que tenía ese regazo que siempre me acompaña. Quería dar rienda suelta a esa persona que estaba dentro de mí y que muchas veces ha vivido semi escondida. 
Las ganas (y algún empujón que otro) hicieron que fuese el año de mirar hacia adelante y no echar la vista atrás. De ser valiente y de arriesgar. De buscar mi felicidad y de hacer los sueños realidad. 
El sueño está cumplido a medias. Falta la otra mitad. 
Sé que va a llegar y que este año que comienza va a ser un año de muchas emociones y de momentos inolvidables. ¡Y no sólo para mí! 
Mientras tanto y como me dice mi pajarito, toca aprovechar para hacer todo eso para lo que no solemos tener tiempo, para disfrutar del descanso, de algo de tranquilidad e incluso de ciertas personas que no he tenido tan a menudo cerca de mí. 


“El primer paso no te lleva a donde
 quieres ir, pero te saca de donde estás.” 



¿Estáis listos? 
Comenzamos un nuevo año. 

-DetallesConectados-

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