lunes, 22 de agosto de 2016

Despedida a una ciudad

Le debía esta carta de despedida a una ciudad que me dio albergue por más de cuatro años.

Hace ya varios meses que me fui de allí y aún no le había expresado mi más profundo agradecimiento. Uno siempre se despide de personas pero casi nunca se percata que los lugares también reclaman nuestra despedida, sobre todo aquellos lugares que nos estuvieron esperando para vernos crecer y se enorgullecen al ver cómo nos vamos de allí con el alma engrandecida.

Es cierto que recalqué muchas veces un tiempo que creí vencido en esa ciudad, pero ahora que la veo a distancia, quisiera caminarla de nuevo y escucharla en la cordialidad de su gente. Recuerdo sus calles como quien recuerda una risa, añoro esa cotidianidad como quien añora el encuentro de aquello que quedó suspendido en el tiempo, pero con la esperanza de volver a encontrarse algún día.

Despedirse de una ciudad como quien se despide de alguien. Cuesta escribir sobre un lugar donde fuiste para encontrarte y te hallaste, y además en el que se te abrieron las puertas del crecimiento en todos los ámbitos y en todo momento.

¿Cómo se despide uno de una ciudad? ¿Cómo se le hace llegar una carta de despedida? ¿Será que alguien que vive allí podría entregársela? ¿Alguien le podría decir que la llevo en el corazón y en el alma? ¿Cómo poder olvidar a una urbe tan primaveral y con un clima siempre perfecto? ¿Cómo es que se te escapan de la memoria pequeños momentos? ¿Cómo sobrellevar aquella sensación rara de que nunca vivirás todo de nuevo? Porque, en definitiva, una ciudad que te regala aire fresco y calidad de vida es difícil de olvidar.

Renegué de ella infinidad de veces, quise buscar un mapa y hasta moverla de sitio para que fuese absolutamente perfecta, pero terminé aceptando sus calles, sus edificios, incluso hasta ese regionalismo excesivo que caracteriza a sus habitantes. Tomé prestado su acento en alguna de mis oraciones, adapté su amabilidad a mi personalidad y quise en algún momento llevar su gentilicio en mi sangre.

Muchas veces nos quedábamos solas y la miraba desde mi ventana, y como si ella me hablara en mi angustiosa soledad, comencé a escribir y a reflexionar lo que quizás me susurraba. Comprendí entonces que fui hasta allí para hallarme, que por más de veinte años viví en mi ciudad natal, pero fue preciso ir a esta ciudad para encontrarme. Yo la contemplaba mientras me inspiraba y ella me daba a cambio esa brisa que no he visto en otra parte.

Si alguien va a visitarla díganle que la extraño, que jamás pensé que uno podía querer a una ciudad como se quiere a alguien, cuéntenle que aún la evoco y la tomo de referencia en mis conversaciones, que no he podido olvidarla ni pretendo hacerlo. Fui ciudadana de sus avenidas y transité sus calles y ella me correspondió en todo momento. También me aceptó como yo la acepté, con todas mis angustias y defectos, y me enseñó a relajarme y a vivir la vida de otra manera.

Algún día planificaré un nuevo encuentro, tal vez para permanecer allí algunos días y rememorar mis comienzos de crecimiento interno o para quedarme a vivir la última etapa de mi evolución personal, porque fue en esa ciudad donde todo comenzó, fue ese ambiente, ese clima que le dieron impulso a la mujer que soy hoy, y eso nunca se olvida.

Cuando eres de una ciudad grande y vertiginosa te cuesta entender a las ciudades pequeñas y de una cordialidad que llegas a tildar de empalagosa, pero si el mundo entero fuese así, si cada ciudad de este planeta llevara esa amabilidad como emblema, seguramente tendríamos un mundo totalmente distinto, donde la gentileza sería un instinto y la cortesía una forma de expresar la vida.

Gracias por tanta nobleza y simpatía, gracias por el respeto, la amabilidad y la empatía, gracias por el refugio, gracias por la agonía, gracias por la abundancia y la carencia, por darme motivos para quedarme y por darme impulsos para volver, gracias por no rechazar mi nacionalidad y por hacerme saber que mis costumbres también cabían, que mi acento me distinguía y con el que siempre me expresaron que era un placer escuchar lo que decía.

Ojalá algún día te pueda retribuir lo que me diste, pero por ahora mi esperanza de retornar se aniquila, así que solo espero que en otra oportunidad llegue a escribir una continuidad de estas líneas y eso signifique el marcar con las palabras nuestro inevitable reencuentro.

-Espacios de Soledad-

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