martes, 20 de junio de 2017

Olores

Qué bonito es que un sonido, un sabor, un olor, te teletransporten hasta un momento vivido o hasta una persona. Ese click en la cabeza que te hace despertar una memoria.
Ayer volví a cerrar los ojos y te vi allí. Nos vi allí. A las dos.
Yo, una pulga, básicamente. No levantaba ni metro y veinte del suelo. Una renacuaja que como imberbe que era, tenía como único objetivo el aprovechar al máximo los días de verano.
Tú, con tus ya setenta cumplidos, pero con una fuerza y una energía dignas de envidiar. Un torbellino, una de esas personas "disfrutonas" de la vida. Tal vez la primera que conocí y tal vez el ejemplo que seguí.
Limonada en mi cocina y ese olor.
Un olor, tan característico como el de la hierbabuena. No hacías limonada... esa soy yo. Pero sí que me llevabas todos los días al río. Quince días del verano y quince días de rutina en la finca que era de todo, menos aburrida: desayuno, deberes, bañador y al río.
Tú cogiéndome de la mano para atravesar la carretera. De la otra, la toalla, el garlito y un poco de pan duro (¡menuda pescadora de pacotilla!). En tu otra mano la ropa para lavar y el jabón Lagarto. Las antiguas costumbres eran difíciles de cambiar.
Y el río.
No era París, ni Roma, ni el Caribe... No tenía nada de especial, pero para mí lo tenía todo. Eran unas pocas horas diarias increíbles para una niña de apenas siete u ocho años, incluso menos.
Y era justo ahí, en el río, donde ese olor se metió hasta mis entrañas. El de la hierbabuena. Y es ese olor el que se ha quedado grabado en mi memoria. Pero ya no es sólo olor, es recuerdo, es imagen, es vivencia, es detalle... y eres tú.
Abuela, ¡qué grande eras y cómo echo de menos esos días de verano de olor a hierbabuena!

-DetallesConectados-

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