viernes, 19 de enero de 2018

Falsas apariencias

Si existe un error que caracterice al ser humano ese es el prejuzgar. Pensar u opinar de alguien, tanto para bien como para mal, sin saber absolutamente nada de él, sin conocerle, sin darle una sola oportunidad. Lo has hecho tú, lo he hecho yo, y todos lo hemos sufrido en algún momento, incluso sin ser conscientes, tras una sonrisa forzada.
Al hablar de prejuicios lo primero que viene a la cabeza son aquellas personas que son apartadas de cualquier sociedad por su raza, su sexo, su dinero, su condición física y psicológica, su inclinación sexual. Y, sin embargo, hay mucho más, hay tantos aspectos de tu vida que pueden ser juzgados. Hace un tiempo se compartía en las redes sociales una publicación que hablaba de un grupo de personas, con características diferentes, que son prejuzgadas por el resto sin que estos sepan por qué realmente se comportan o son así. Un chico con sobrepeso al que llaman “gordo” y otros calificativos indeseables, que puede que tenga tiroides (las grasas se queman mal y tienden a acumularse), que puede que tenga ansiedad porque su situación familiar es pésima, que puede que esté intentando adelgazar con la dieta equivocada. Una chica tímida, que apenas habla, que no le gusta dar su opinión, a la que todos señalan por no ser el alma de la fiesta. Y puede que no hable porque durante años ha sufrido bulling y siente que todo lo que diga se va a malinterpretar, que a nadie le va a interesar o que no van a aceptarla por sus palabras, una chica que no quiere volver a pasar por lo mismo. Puede que antes fuera diferente, pero que sufriera un abuso sexual, una paliza por parte de un ex novio demasiado posesivo, y tantas otras cosas que ni siquiera imaginamos.
Dime, ¿cuántas veces te has sentido así? Cuántas veces has sentido que te miraban como si te conocieran, que hablaban de ti cómo si te hubieran dirigido la palabra alguna vez. Dime, cuánto cambia tu crítica cuando un hombre ha sufrido malos tratos psicológicos por su mujer y no al revés. Cuando para alguien con rastas, tatuajes y piercings cuesta pensar que es la mejor de su clase, que tiene una carrera que jamás habrías llegado a soñar, que ha trabajado duro durante muchos años y que no se lo han puesto fácil. Qué pasaría si esa persona quisiera presentarse a un puesto importante, ¿importaría su aspecto o su capacidad para hacer bien el trabajo?
Y más allá de los tópicos ¿un grupo de chicas criticando a otra por haber estado con más de uno? ¿Por salir con tu ex? ¿Por haber salido con tu novia? ¿Un grupo de chicos dejando de lado a otro por ser más femenino? “no, es que no quiero que se me lance” ¡¿?! En el trabajo, en clase, en tu propia casa. Conocidos, desconocidos. Por la calle, amigos de amigos, chicas de una noche, tu jefe, el guapo de la clase.
Esto no es una reprimenda, ¿el típico discurso? probablemente, pero está bien que nos lo repitan de vez en cuando. No quiero que os sintáis mejor ni peor, no quiero decir que seamos perfectos, no lo somos, lo sabemos. Es lo que hemos visto, en la televisión, en la calle, en el día a día, en jóvenes y adultos, es lo que nos han enseñado, es la naturaleza humana. Decir esto tampoco me hace mejor persona, ni a ti que compartas un vídeo en el que Emma Watson de un discurso en las Naciones Unidas a favor de la mujeres, ni en el que un grupo de vagabundos sean los únicos capaces de compartir un miserable trozo de pizza cuando no tienen ni para comer. No nos hace mejor persona si cuando salimos a la calle no nos lo tomamos en serio.

La vida ya es complicada por sí sola, para qué ponérnoslo más difícil los unos a los otros.

-Compartiendo Macarrones-

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