jueves, 22 de septiembre de 2016

Otoño

Discurre tan lento y tan rápido al mismo tiempo que uno no sabe si viaja en el AVE o en un viejo tren de cercanías destartalado.
Llega el otoño, robándonos cada día minutos de sol, recordándonos que se acabó el verano. En mi caso, a medida que los días se hacen más cortos, mi energía va disminuyendo. Atrás quedan los días de luz y de horarios amplios y flexibles.
El otoño evoca recuerdos de la niñez. Aquellos primeros días de septiembre repletos de nerviosismo, preparándose para el nuevo curso. Con ilusión, a pesar de llegar el momento de dar carpetazo a casi tres meses de plena libertad. Deseando reencontrarse con los compañeros; amigos a los que no habías visto en todo el verano porque, en aquel entonces, ni siquiera existían los teléfonos móviles (algo sorprendente para los niños de hoy en día…)
Tiempo de estrenos. Los libros, el material escolar, ropa, calzado… Y aunque las temperaturas fuesen aún cálidas, no podíamos evitar tener que estrenar aquellas botas o botines (abrigados y todo-terreno) que nuestras madres nos habían comprado para pasar el frío invierno. Aunque aún estuviésemos a 20º… había que estrenarlos.
Ese momento casi ceremonioso de forrar los libros (para evitarles los sufrimientos propios del ir y venir del curso), intentando que no quedase ni una arruga. El olor a libros nuevos… ay, cómo me gustaba (y me gusta)…
Y aunque el año se acerca a pasos agigantados a su fin, parece que es justo en septiembre cuando empieza. El comienzo del curso escolar parece indicar el ritmo de la mayoría de las familias. Incluso abundan las agendas escolares, que poco a poco le van ganando terreno a las de toda la vida, donde el año iba de enero a diciembre, ahora comienza en septiembre y no lo podemos evitar; aunque ya no seamos estudiantes ni tengamos niños en edad de ir al colegio.
Adoro el otoño no lo puedo disimular, quizá porque [...] me llena de maravillosos recuerdos y de una dulce nostalgia.

-La chica de ayer-

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