miércoles, 4 de abril de 2018

Desconexión

Qué choque de realidad pero qué bonito, al mismo tiempo, es volver a ese rincón que lo tiene todo. Bonito porque es ese lugar donde regresar siempre es una buena idea (algo así como dicen de París), porque te entiende como nadie.
Y choque de realidad porque es el que me pone siempre los puntos sobre las "i", el que me habla y me dice lo que quiero y lo que no quiero oír porque es donde consigo parar y escuchar con atención.
Quienes vivimos en ciudad grande y tenemos pueblo, por familia o herencia, en muchas ocasiones éste se convierte en nuestro lugar de escape, de evasión o desconexión.
Yo también lo tengo pero he de decir que nunca tuve ese vínculo que se suele tener. Digamos que soy un poco desarraigada en ese sentido. Con mis mil y una vueltas a lo largo de mi vida y las circunstancias que me rodean, al final, no me siento unida de esa manera con aquello que tal vez debería, a esas raíces familiares.
Casa es casa pero sigue simbolizando el agobio de la ciudad, del día a día, el lugar donde se crece. El resto de puntos geográficos que me vieron pasar y vivir me han visto avanzar y madurar (aunque a veces no lo parezca). De todos guardo un cariño muy especial por todo lo que me dieron. Pero para que un lugar sea tu rincón, para que sea ese espacio de evasión, necesita atesorar en él una serie de características que lo conviertan en especial y único.
Y a él volví de nuevo estos días... A ese rincón que me da paz y tranquilidad. Todo lo contrario de aquel desasosiego del que hablaba Fernando Pessoa.
Llegar allí es como llegar a un segundo hogar, a una segunda familia.
Se nota en el recibimiento, en ese no parar de hablar porque hay mucho que contar pero que a la vez parece que nos vimos ayer. Se nota en la llegada a casa, en tener el frigorífico lleno de comida porque se han presentado con lo mejor de la huerta o del mar o en su defecto directamente con el puchero.
Se nota en el pueblo, porque te conoces tanto las calles y sus recovecos, que no necesitas preguntar dónde vais a quedar porque ya sabes dónde tienes que ir.
Se nota en el levantar de la cama, por el silencio y la paz, por el cantar de los gallos, porque no te sientes una extraña ni en la cama, ni en la casa.
Se nota en la simplicidad y la sencillez de todo, en el placer de lo de siempre aunque parezca repetitivo, porque esa repetición es lo que lo transforma en especial.
Han sido días de descanso, de dejar la batería a medio gas e intentar relajarme. He tenido esos esperados y necesarios minutos de desconexión total en aquel que fue, es y será mi escondite, donde todo para, donde todo se congela, donde sólo estamos yo, el mar y el cielo, donde todo cobra sentido, donde el puzzle se hace figura.
Han sido días de muchos reencuentros, los de toda la vida, los fugaces y los casi improvisados. Han sido días de poner las conversaciones en día y las risas en hora (que no me falte nunca ese reír hasta llorar).
Han sido días de comer y beber hasta reventar aunque siempre nos pasa lo mismo. Llegamos con el ansia de devorar cada plato porque allí, sí, todo sabe mejor, es verdad, pero es que además la calidad es infinitamente mejor. Y el último día lo único que (casi) queremos es parar de comer.
A pesar de todo han sido días raros, tal vez consecuencia de la meteorología, que no ha acompañado como otras veces y ha impedido disfrutar a tope. Pero el caso es que también he vuelto con la sensación de que parecía que algo no encajaba, había algo extraño.
Y es que son pequeñas cosas, en momentos muy puntuales, y son esos los que convierten la realidad en algo más real. El paisaje que veía por la ventana del autobús era otro bien distinto cuando tomaba el camino de regreso los años anteriores, cuando acababan esos días de relax y desconexión.
Son esos detalles los que todavía me hacen sentir a veces un poco descolocada, incluso perdida.
De todas las experiencias que he tenido hasta ahora en mi vida, y sobre todo en mi vida "viajera", lo que ha marcado la diferencia ha sido siempre la gente con la que las he compartido.
En realidad, no importa mucho ni dónde, ni cuándo, ni cómo. Importa sobre todo con quién. Pero si puedes compartir esas experiencias en lugares que son, de alguna manera, mágicos para ti, son experiencias doblemente felices.
La gente siempre suma y hay gente maravillosa en todos lados.
Pero los míos suman más.

-DetallesConectados-

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