Si. Es verdad que la vida pasa. Y que las cosas pasan. Y que nosotros pasamos.
Pero por más que pasa el tiempo no dejo de echar de menos a las personas que crecieron conmigo y me hicieron crecer.
Esas que, desgraciadamente no las puedo ver siempre, pero que si las tengo siempre.
El tiempo no pasa por el olor de la chaqueta de mi abuela. Por más que la lavo, huele a sus cosas.
No se si está en mi cabeza, y quizás esta sea la única manera de aferrarme a ella.
Cuantas veces te habrás cruzado con personas que huelen a ese beso que te robaron en la esquina de tu calle.
O cuando vuelves a casa y huele todo el ascensor a tu comida preferida que está preparando tu madre para ti.
Y los abrazos de mi mejor amiga cada vez que me voy, que me dejan su olor grabado para siempre.
O el olor de las croquetas, que aunque dejen la casa oliendo a fritanga, nos recuerdan a familia, y no veas lo ricas que están.
Las puestas de sol con olor a sal. Ese olor es capaz de darme tranquilidad.
Cuando llevas todo el día de aquí para allá en la calle, en la universidad, en el trabajo. Y llegas a casa y hueles a humanidad.
O el olor a tabaco hasta en las orejas a las seis de la mañana cuando vuelves de fiesta.
Todo esto es real.
Porque la vida huele. Las personas huelen. Las historias huelen.
Y tu olor siempre marcará la diferencia.
-Dime tú cómo lo ves-
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