Ella tenía algo que contar al mundo. Lo veía en sus ojos.
Tenía ganas de gritar con fuerzas algo que escondía en lo más profundo de su ser.
A veces estaba como ida, ausente, y es que se metía en su mundo, se quedaba pensativa. Imagino que pensaría en sus cosas. Hablaba para sí misma y apenas interactuaba con los demás, como si no la fueran a entender.
Veía en sus ojos su sufrimiento más profundo. Se veía cada mañana en el espejo. Estaba tan ajena a sí misma que no reparaba en que la que había al otro lado del espejo era ella, era su cuerpo. Pero no se reconocía.
Quizá ella en su día fue una chica sanadora, una que, sin importarle cómo de hundido estés, trataba de ayudarte, te recomponía, te mejoraba y te sanaba. Esas son las que de verdad valen.
Lo que no se dio cuenta es que ella misma acabó metiéndose en el hoyo, sucumbiendo a sus propios problemas, esos que tapaba a diario y los distraía con los conflictos de los demás. Y se dejó.
Allí la ves, no es ni la sombra de lo que fue en su día. Ya no irradiaba esa felicidad y esa estabilidad que la caracterizaba. Ya no era ella. O sí.
Quizá decidió quitarse todo lo que tenía alrededor, quedarse desnuda ante sí misma y empezar a sanarse a sí misma. Porque nadie lo iba a hacer por ella. Ella sola tenía que cuidarse y empezar a resolver sus conflictos.
Por eso está ausente, porque ya no está para nadie, y comienza su autocuración.
-Srta. Maravilla-
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