Llega un día en que te das cuenta de que ser feliz es tan fácil como dejar de preocuparte.
Te recompones, y vuelves a mirar de frente lo que habías destruido. Eso a lo que tenías tanto miedo. De repente empiezas a fijarte detenidamente en aquello de lo que llevabas huyendo demasiado tiempo, y resulta que no era tan nocivo.
Que te asustabas de lo que se convertiría en tu mejor acierto. Que la perspectiva que te faltaba es la misma que te deja ver la felicidad de volver al mismo lugar, sola.
Y empiezas a escuchar esas canciones que te hacían llorar, y resulta que lo único de lo que te entran ganas es de escribir aún más.
Y empiezas a reír más a menudo, a darte cuenta de lo bien que sienta un buen café a media mañana y de lo mucho que te gusta caminar sin ningún destino en concreto.
Y cantas, bailas y pegas un buen sorbo a esa cerveza tan fría. Recorres lugares nuevos, cierras bares y comes a deshoras.
Empiezas a dejar de contar las calorías para poder contar los abrazos. Dices los te quiero más sinceros, y disfrutas de los poemas de los grandes.
Te convences de que nunca hay que rendirse y empiezas a luchar por lo que verdaderamente quieres. Y luego, celebras con los de siempre, aún en la distancia. Recuerdas por qué toda esa gente sigue ahí, y vuelves a creer en la suerte.
Y llega un día en que te das cuenta de que ser feliz es tan fácil como dejar de preocuparte. Como un buen plan con alguien importante, y entonces, respiras hondo.
-Sandra Cárcel-
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