Llegamos a un punto en la vida que, sin quererlo, perdemos nuestros sueños. O, simplemente, se debilitan. Crecemos. Nos hacemos mayores y damos prioridad a otras cosas. Dejamos las ensoñaciones a un lado para adentrarnos en las responsabilidades de la edad adulta. Dejamos los sueños, las metas, las divagaciones y, a veces, la sonrisa.
Sin embargo, quedan charlas salvavidas. Esas que son fáciles de entablar con el móvil. Esas que te recuerdan por qué empezaste a soñar y a intentarlo. Esas que te salvan de la frase “los sueños, sueños son”. Esas que te salvan de todo lo que hemos aprendido mientras crecemos; de todo lo que nos han dicho que no tenemos que hacer, que vayamos a lo seguro, que no soñemos tanto, que debemos estar con los pies en el suelo. Y no, no debemos estar con nuestros pies anclados, debemos despegarlos y descubrir que hay un mundo entero lleno de oportunidades que atrapar, de besos que recibir y de “te quieros” que repartir.
Y esas charlas te refrescan con un bofetón imaginario. Ese por el cual recuerdas todos los fracasos y todas las veces que has seguido intentándolo. Y ahí es cuando parece crecer una energía llena de ganas y se expande por todo tu pecho apoderándose de ti. Y acaba con las dudas, con los miedos, con los nervios. Y empieza con los síes, con la ilusión, con la vida. Y entonces, vienen los pájaros a salvarte un poco de la vida real, diciéndote que tus sueños también lo son o que, pueden llegar a serlo.
Los pájaros en la cabeza no nos hacen locos,
nos hacen bien.
Soñemos.
Volemos.
Vivamos.
Me lo ha dicho un pajarito.
-Daniel Sánchez, El Baúl De Las Vidas-
No hay comentarios:
Publicar un comentario