Verás en mis gestos que me he hecho mayor. Mayor, que no tiene nada que ver con vieja, porque ya quisieran muchos, con menos años, tener mis ganas de vivir. Y es que me he hecho lo suficientemente mayor, como para saber, que hay guerras que se ganan abandonándolas, e infinitos que duran lo que dura un otoño.
Tengo los años bastantes, como para saber, que siempre seré una niña cuando algo me ilusione, me atrape, y me llene de pasión. No sé ni cuántas velas soplo el año que viene, pero seguiré disfrutando de cada detalle y de cada sorpresa, como si tuviera seis años y lo viera todo por primera vez.
Me he hecho mayor y, sin embargo, cada vez que me besan me parece la primera; y he encontrado, en una mirada cómplice, las confesiones más sinceras. Soy tan tan tan mayor, que se me han escurrido las ganas de discutir por tonterías, por el desagüe de la indiferencia, y se me han llenado los pulmones del aire reivindicativo de todas las protestas justificadas. Que no son ni una, ni dos, las veces que pequé de pesimista, insolente o caprichosa, antes de darme cuenta de lo inmensamente agradecida que tenía que estar a la vida.
Ya ves, todavía me enamoro con la fuerza arrolladora de un huracán con un mero cruce de miradas, me muero de la risa en mitad de un ataque de cosquillas, y lloro, entre chocolate y amigas, cuando la causa lo merece. Soy tan mayor, que ahora veo, en las noches de los sábados, un espacio cálido en el que juntarme con las pocas personas que merecen mi escaso tiempo libre; en lugar de horas muertas en las que relacionarme con gente que ni siquiera me interesaría ver de día.
Tan joven, y a la vez tan mayor, que sigo desgarrándome la garganta cantando una balada de amor con mis amigas, pero que ya no pongo atención a la lluvia de críticas destructivas que genere mi sana diversión. Mayor para administrar mi tiempo, de manera tal, que dedique el doble de horas a mis proyectos, que a mis recuerdos.
Es cierto, soy tan mayor que me equivoco mucho, incluso más a menudo que antes, pero ahora sé rectificar, pedir disculpas, y, lo que es más importante, perdonarme. Así que, sí, puede que me veas como a una más; pero que no se te olvide que no soy de nadie, que soy todo lo contrario a lo que era, y, a la vez, la misma soñadora de siempre. Y es que me he hecho mayor; mayor como para saber querer a los míos sobre todas las cosas, y, sobre todo, para aprender a quererme a mí misma, en todos los tiempos.
-La mirada de Julita-
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