No sabes las ganas que tenía de que llegaras. He estado trabajando como nunca para poder disfrutarte como siempre.
Tengo muchas ganas de comerme el mundo en estos tres meses. Tengo mi agenda llena de planes. Llena de amigos, de horas muertas y de billetes de tren y de avión.
He metido los mapas en la guantera del coche. También tengo unas gafas de sol y algo de comida, porque los mejores destinos son los que nunca se planean y por eso quiero estar preparada.
Así que te pido sol, para poder disfrutarte a base de refrescos y helados. Para poder disfrutar del aire libre en todas sus facetas. Yo a cambio, te prometo dejar de lado mis complejos y lucir mis mejores bikinis y pantalones cortos. Pero dame también alguna noche de lluvia, para poder disfrutar de un buen libro. O simplemente para recordar esas noches de invierno de manta, película y sofá.
Quiero de esos días sin móvil, de desconexión y paz mental, donde mi principal preocupación sea echarme crema solar por todo el cuerpo y decidir si prefiero una cerveza fría o un buen vino.
Te pido noches de música. De bailar hasta que me duelan los pies y volver a casa sin tener que preocuparme del madrugón del día siguiente. Que sea el destino el que juzgue a qué hora llegaré a casa.
Y también quisiera algún amor de verano. O algún reencuentro. De esos que se ven en las películas. De los que te quitan el aliento y te hacen sentir viva. Sin ataduras, sin compromisos. Con el aquí y el ahora. El mañana ya se verá. De esos en los que la regla que impera es “mejor pedir perdón que pedir permiso”. Porque el tiempo apremia y nos sobran ganas y complicidad.
Y no me olvido de lo más importante. Quiero a mi lado a mis mejores amigos. A la gente que quiero. Quiero comidas de verano interminables y sobremesas aún más largas. Porque ellos hacen que tú, querido verano, seas tan anhelado. Porque lo que al final importa realmente no es el dónde, sino con quién.
Y, por favor, no pases demasiado rápido.
Atentamente,
-Limón y sal-
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