No tengo amigas de esas de hablar todo el día por WhatsApp. Ni de las que cuadran vacaciones para irse de viaje juntas. No tengo amigas de las que te llenan la galería de fotos, ni de las que te cuentan cada crisis al detalle y desde el minuto 1. No tengo amigas de las que te escupen la verdad a la cara aunque duela. Ni de las que hacen planes cada fin de semana.
No tengo nada de eso, pero tengo las mejores amigas del mundo. Puede que no cuadremos agendas ni de coña para viajar juntas, pero si en algo somos expertas es en fabricar momentos. En alargar los cafés y estirar las risas como el chicle que compartíamos antes de tener pelos en las piernas. Puede que de la foto más reciente juntas ya haga demasiado. Pero qué queréis, cuando quedamos siempre hay alguna de nosotras que está demasiado cansada, o demasiado despeinada, y el resto acata. Porque desetiquetarse es de cobardes. Escabullirse, de guapas.
Puede que a veces nos callemos lo malo durante semanas, porque somos reservadas y a veces preferimos luchar nuestras propias batallas solas. Pero al final siempre acabamos confesando. Y aunque nos riñamos con un "por qué no nos lo contaste", nos aceptamos con nuestros bloqueos y desbloqueos, porque todas sabemos bien que hay cosas que no salen del corazón cuando una quiere, sino cuando una puede.
Mis amigas y yo nunca nos decimos "ya te lo dije". No nos sermoneamos con lo que ya sabemos ni nos imponemos consejos que nosotras mismas no seguiríamos. Somos amables las unas con las otras, y eso, a veces, significa simplemente escuchar y callar. Porque equivocarnos nos equivocamos todas, y cuando más la cagamos, más nos queremos.
Podemos ser frías como una noche en el desierto o vivir con un volcán detrás de los ojos que existe en constante riesgo de erupción. Y quien dice erupción, dice llanto. Somos sensibles pero resistentes. Risueñas pero conscientes. Sinceras pero resilientes. Somos diferentes, pero alguna parte de todas las que llevamos dentro es común. Y cuando juntamos cachitos hasta el cielo se ríe. Y hablamos o callamos. Reímos o lloramos. Arreglamos el mundo o nos lo cargamos. Estrechamos lazos, enraizamos más profundo todavía. Y nos hacemos fotos cuando apetece. Soñamos con el viaje perfecto, aunque no llegue. Nos escuchamos las liadas y, no sé ellas, pero yo cuando la lían es cuando más las quiero.
Así que, sí, mis amigas son las mejores porque juntas siempre sumamos. Y sumando da igual si mucho, si poco. Si siempre, si nunca. Una suma siempre es más. Siempre es positiva. Siempre agrega algo de valor. Ellas son riqueza. Juntas somos como un pequeño país feliz. Juntas somos capaces de dejarnos la imperfección en la puerta (ya la recogeremos a la salida). Porque juntas somos perfectas. Y lo sabemos, y nos lo creemos. El mundo seguirá luego. Pero mientras estamos juntas, bailamos. Y eso, para mí, es la amistad.
-Tejetintas-
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