Caer en la cuenta de que estás en la cara b de la vida, en otro plano, y asomarse al vacío de sentirte solo da vértigo, al mirarse por dentro y notar que no hay nada, que estás hueco.
Te llega un pellizco interior en forma de astilla y te ves perdido en la típica estación que dicen que es la vida, viendo distraído, como si nada, pasar trenes una y otra vez, dejándolos marchar, o mejor dicho, dejándote ellos a ti, mientras a tu alrededor los demás siguen avanzando.
La garganta se encoge al saber que no eres la ilusión ni el salvavidas de nadie, que de verdad no le importas a una persona como para ser su primera elección, que ninguna piel se eriza por tocarte.
Aparece la fragilidad de un barco atrapado que lucha contra la corriente, y las lágrimas, que por supuesto no vas a dejar salir al exterior, se hunden a plomo hacia el interior, calando cada rincón de tu alma y haciéndola, cada vez más, un poco más oscura.
Tienes miedo a acostumbrarte a seguir sintiéndote así, a que te paralice la comodidad y te dejes llevar por la rutina hasta llegar a un punto en el que sientas que ya no hay marcha atrás.
Desde el refugio de tu cama escondido entre las sábanas recuerdas con tristeza que todas las victorias que has conseguido han sido retiradas, que te has evitado el desastre y la amargura de chocarte con un muro de realidad.
Te recorre una envidia que sí que corroe, y llega la rabia de no tener suerte, de no ser valiente, de no ser capaz de encontrarte, de que quizá nunca me encuentres, de ser solo yo, solo.
-Rodrigo ML.-
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