Crecer es aprender a despedirse. Y es que no hay verdad tan grande ni realidad tan innegable, he aprendido a decir adiós y he dado un paso hacia al frente en la batalla de la vida. Quien no sabe decir adiós aún sigue esperando un hola que ni siquiera existe, se está resguardando detrás una trinchera que un día tendrá que abandonar, es preso de sus propios miedos. Le asusta la soledad, como nos asusta a todos, pero algunos hemos decidido alistarnos en esta batalla que hace tiempo veníamos evitando. En primera fila con el rifle en la mano, un pulso que no se sabe estar quieto y tragando saliva sin pronunciar palabra, así empiezan todas la escenas de las grandes películas, así empiezan todas las escenas de las grandes vidas...
Porque no existe felicidad sin miedo y no existe amor que no haya sentido soledad en la piel...
No puedes tener miedo a la soledad sin saber reconocer la sensación que has tenido con la felicidad en la mano. No es miedo, sino añoranza de una época que fue mejor, añoras la sensación que tenías, pero no te engañes, no temes a la soledad. Es una ilusión óptica de quién sigue mirando por el espejo retrovisor. La soledad viene y se va e incluso muchas veces te llena de felicidad, todo el mundo necesita espacio para no compartir...
Todo el mundo tiene miedo a estar solo, pero no por eso hay que tener miedo a despedirse. Existen muchas maneras de decir adiós, y no todas significan lo mismo. Despedirse es una manera de crecer, es una manera útil de decidir y decir qué apuestas por avanzar, que no quieres permanecer inmóvil, aunque a veces a la hora de hacer balance, los años pesan más que los daños y sigamos haciendo el papel de ese ciego que no quiere ver...
No creas que es fácil, hace falta mucho valor para poder despedirse de quien un día fue importante. Es difícil dejar ir y dejarte ir, es difícil abrir las alas y empezar a volar solo. Es difícil pensar que estas creciendo cuando tus ojos no ven más que pedazos rotos de ese cristal que suelen llamar pasado, y que no era más que el chaleco antibalas cuanto te disparabas a quemarropa con tus propios pensamientos de lo que pensaste que un día era la felicidad. Pero nadie dijo que fuera fácil...
Porque lo fácil es no decir nada, lo fácil es dejar que sean los demás quienes se vayan despidiendo mientras tú no eres capaz de decir nada. Lo fácil es esperar que todo el mundo se haya ido para poder escoger un camino que no conduce a nada. Lo fácil es seguir haciendo ese balance en el que pesan más los años que los daños y seguir dejando que sean otros los que se metan en la batalla de decidir. Que sean otros los que ganen tus batallas mientras tú sujetas una bandera blanca que algún día temes tener que agitar...
Que no lo olvides, solo los que son valientes saben decir adiós y ponerse al otro lado de la batalla. Solo los que son valientes aprenden a despedirse, aprender a decir adiós aunque el eco de su voz les siga dando miedo. Esos, son los verdaderos héroes. Los que salen de batalla en batalla a pecho descubierto y corazón abierto, con el único arma de sentir que aveces decir adiós es seguir vivo en su propia batalla de felicidad.
Ya lo dice el gran Sabina;
Este adiós no maquilla un hasta luego, este nunca no esconde un ojalá, esta ceniza no juega con fuego, este ciego no mira para atrás.
-Corazón en Carne Viva-
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