Hablemos de pasarlo bien: me gustan los garitos locos, me gusta poder dar saltos y gritar si me sale del corazón y del estómago hacerlo. El reggaeton de vez en cuando no está mal y da vidilla, pero no es la única música bailable. A mí se me disparan las pulsaciones cuando me ponen un buen Rock, o canciones celtas épicas, o, yo qué sé, pop del 2000.
No me gustan los sitios de tacones, pintalabios, minifaldas y tíos cazadores. No me gusta que me hagan esperar colas o pagar por adelantado una consumición porque, hola, la cerveza es mi patrona y no siempre quiero una pobre copa en vaso de tubo, porque es más fácil regar a los demás en medio de la locura con un vaso que con un botellín.
Me gustan los sitios donde la gente viene a pasarlo bien espontáneamente y a bailar como si estuvieran en la cocina de su casa. No me apetece estar tiesa como el palo de una fregona ni mover el culito con cuidado porque se me va a salir un pecho o se me van a romper los tobillos.
A mí me gusta romper el suelo, el rollo auténtico, la ingenuidad y la desinhibición con que disfrutan los niños, subirme a una mesa y que el bar entero lo haga también, hacer congas y corros y cantar a una voz ¿quién necesita discotecas masificadas, miradas por encima del hombro, tacones imposibles y perreos?
Porque os contaré un secreto:
Cuando la fiesta se lleva por dentro cualquier zulo con buena música es bueno.
-La Sinsentido-
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