En un mundo bañado por la búsqueda de seguridad, la obstinación por tener razón es uno de sus mayores síntomas. «Yo sé», «Esto es así», «La verdad es…» Por lo general, son frases que más que resaltar la sabiduría de quien las pronuncia, dejan entrever el miedo de quien, en el fondo, no trata más que de ocultar su natural ignorancia.
Y así suele ocurrir. Aquel que apenas se sorprende y dice «Es que yo he visto mucho…», lo que en realidad ha visto es poco.
No puedo dejar de imaginar cómo de hermosa sería nuestra existencia si comprendiéramos que el mayor prodigio de nuestra mente no es llegar a tener la razón, sino ser capaces de cambiar de opinión, de soportar la duda. Cómo de rico se volvería el mundo si en lugar de hablar desde el «saber» lo hiciéramos desde el «aprender».
Y es que nada reporta tanto a nuestro interior como dar el paso para soltar algo que siempre creímos verdad, escuchar a los de al lado, y crear con ello una nueva mirada.
A fin de cuentas, ¿qué es más hermoso?, ¿creerse en el cielo y mirar desde arriba la tierra o saberse en la tierra y mirar desde abajo al cielo?
-Pablo Arribas, El universo de lo sencillo-
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