No sé si alguna vez te has ido a la cama con sensación de angustia, con esa inquietud que te dice que algo no va bien. Quizás algún día no hayas querido levantarte de la cama, literalmente. No hablo de pereza, sino de no querer enfrentarte a nada, con la sensación de que el mundo te ha ganado la batalla y la realidad te supera. No sé si alguna vez te has puesto a llorar desconsoladamente, sin saber exactamente por qué pero con la seguridad de que todo es un asco. Si alguna vez has estado cansada de tu vida. No sé si es por las expectativas, o por esta realidad que nos empuja a querer más, más dinero, más cosas materiales, más amigos, mejor físico. Siempre más, más y más. Y cuando logras algo, la satisfacción apenas dura un instante, cuando te das cuenta de que no es suficiente. Nunca es suficiente.
Un día una amiga me dijo que creía que su vida no tenía sentido, que se sentía perdida. Que no era capaz de alegrarse de verdad, que sentía la tristeza agarrada al pecho y las cosas buenas nunca le parecían lo suficiente buenas como para ser realmente feliz. ¿Cómo se supone que debemos sentirnos cuando somos realmente felices? Y, en un mundo en el que siempre tenemos que estar alegres, como aparentemente lo están todas las personas que nos rodean, sentirse así todo el tiempo es agotador. Con la sensación de frustración a nuestras espaldas, invertimos toda nuestra energía para luchar contra nuestros demonios, y esa voz en la cabeza que sólo sabe recordarnos nuestros fracasos.
No sé si algún día has pensado que lo mejor era desconectar. Alguna vez me he planteado dejarlo todo, irme sola a viajar y olvidarme de todo lo demás. Dejarlo todo, se dice pronto. Nunca lo he hecho, quizás porque no estaba tan mal como creía o porque nunca he reunido el valor que se necesita. Porque, al final, cuando pensaba en el avión no podía evitar recordar todo lo que dejaría en tierra. A veces se me olvida, pero es demasiado. No quiero perderlo ni dejarlo atrás.
Creo que es muy difícil enfrentarse a una realidad que no nos hace felices. Y cuando crees que todo va mal, de repente se arregla algo y todo lo demás encuentra su sitio, como si se tratara de un puzzle. Así que cuando creo que todo es una mierda, pienso en si realmente lo es todo o solo es una cosa, a la que no me quiero enfrentar, que no quiero ver, que nos quiero pensar en ella, la que me está haciendo daño.
Y voy a por ella, o no. Pero sé que es eso y me obligo a ver lo positivo de todo lo demás. Me digo que ya sé lo que. ¿No quiero enfrentarme a eso? Pues tendré que aprender a vivir así. ¿Quiero hacer algo al respecto? ¡Pues a por todas! Así que cuando siento que algo va mal, simplemente me esfuerzo en saber qué es exactamente, me dedico todo el tiempo que necesito para encontrar la respuesta y me escucho. Porque hay tanto ruido a nuestro alrededor, tantas cosas por hacer, tantas prisas, tantos consejos, tantas restricciones, que a veces olvidamos que lo único que necesitamos es un poco de silencio, meditación.
Es la única forma de escuchar nuestros pensamientos.
-Compartiendo Macarrones-
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