Qué raro resulta salir los domingos de la estación con luz y no bajo la oscuridad de aquel tren cama nocturno.
Qué raro resulta tener como destino una ciudad a tan sólo una hora de distancia y no aquellas interminables nueve.
Qué raro sentirme rodeada de edificios que todavía no los siento como míos pero que no tardando lo serán.
Qué raro volver a levantarse cada día sabiendo que tienes que comenzar esa rutina diaria que aún estoy buscando.
Qué raro poder estar tan cerca de quien quiero pero a la vez de nuevo lejos.
Han sido unos meses largos por el nerviosismo del cambio y la ansiedad del querer tener todo resuelto con un chascar de dedos, pero al mismo tiempo unos meses de encontrar esa tranquilidad que necesitaba y que encontré gracias, principalmente, a las que están ahí perennes e incondicionales como siempre.
Ya me había habituado a muchas cosas e incluso a una rutina, aunque fuese mínima, y que si soy sincera, hasta había aprendido a saborear. He valorado cada segundo vivido y no he desaprovechado las oportunidades de hacer alguna que otra locura. Pero ahora, y a pesar de ver cumplido el sueño que tanto anhelaba, echo de menos alguna que otra cosa, como esas tardes de gym o esa facilidad de poder quedar en cualquier momento con mis chicas.
La vorágine de estos primeros días me ha absorbido completamente. Aquello de las 3M (Madrid Me Mata) comienza a cobrar sentido de manera casi literal y ya he empezado a sentir en mi propia piel la locura de esta ciudad, aunque no haya sido con el significado original. Esa mezcla del tamaño de la urbe y los horarios locos hace que las horas de vida, fuera de la parte laboral, sean casi nulas, y aunque las haya, el cansancio es tal que lo único que apetece es llegar a la cama para poder descansar y no empezar el día siguiente hecha unos zorros.
Así que apenas he tenido tiempo para hacerme con sus calles y su gente, mucho menos asentarme, aunque supongo que poco a poco todo irá llegando.
Estos primeros días, de camino al trabajo, veo el campo con la sierra al fondo por la ventana del tren. Siempre me siento en el lado izquierdo del vagón, mientras el sol, que empieza a ascender, va batiendo en mi cara. Se agradece tener esa visión a primera hora de la mañana, de desconexión momentánea antes de comenzar el día de trabajo.
El poco tiempo de calma que he tenido, me he ido acordando de todos esos que han estado a mi lado durante estos últimos años. Los que estuvieron desde antes y los que me acompañaron desde hace menos. Me he acordado de aquellos, que sin meterme presión, supieron estar y ser lo que era necesario en cada momento. La decisión siempre estuvo en mi poder, pero algunos de vosotros os convertisteis en cuerdas, en manos amigas, en conversaciones nocturnas con una copa de vino o sin ella... Momentos que no se olvidarán.
Pero confieso que hay tres personas (mi pequeña, mi chico y mi sis) que especialmente he sentido de alguna manera más cerca y que cuando he tenido momentos de bajón y de flaqueza durante estos primeros días, me he obligado a recordar todas aquellas palabras de aliento, de ánimo, y esas pequeñas cosas que me ayudaron a no desistir de mi sueño. Tal vez porque las conversaciones a lo largo de todo este tiempo han sido más intensas con ellos, más vividas y más compartidas.
El caso es que a pesar de estos inicios de incertidumbre, nervios, expectación e incluso abrumación, tengo claro una cosa: os venís conmigo en esta nueva etapa.
Os espero en la ciudad que nunca duerme.
-DetallesConectados-
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