Hay quienes aparecen, cuando es su momento.
Ni antes ni después. Sin esperar que sea una fecha señalada en el calendario, que sea viernes o un bonito día de verano. Sin anunciar su llegada a bombo y platillo. Sin pretender un lugar específico ni que los astros estén alineados. Sin buscarlo ni mucho menos planearlo al detalle. Simplemente, llega. Y de la mejor manera.
En forma de regalo.
Hay quienes despiertan lo mejor en ti. Aquello que creías dormido, aquello que solo compartes con determinadas personas. En petit comité. Con quienes vale la pena, quienes lo valen. Con quienes te sientes en confianza. Te sientes tú mismo. Con quienes puedes contar siempre, sin importar el tiempo, la distancia ni terceras personas.
Personas únicas e irrepetibles. Especiales.
De niños nos gustaba sumar y sumar amigos. Cuantos más mejor. Amigos con los que inventar fantasías que sólo nosotros entendíamos. Amigos con los que disfrutar travesura tras travesura, a cual más loca. Amigos con los que vivir aventuras emocionantes y con los cuales nos sentíamos invencibles.
Amigos y compañeros de andanzas, ya fuera en el parque o en las calles del pueblo. Con los que lo mismo compartíamos pupitre que divertidas tardes helado en mano. Carreras para ver quién llegaba primero. Y último. Y que no importara más que para picar al otro. Que lo de menos era el juego, lo más era divertirse. Y la compañía. Esa que estaba ahí mientras crecías.
Porque crecer, creces.
Creces sin darte cuenta, mientras la gente cambia y tu entorno se ve distinto. Nuevos retos, nuevos pasos, nuevas ideas se suceden. Dejas atrás muchas cosas, muchos momentos, muchas personas. Hasta una pequeña parte de ti. Algo que percibes pasado el tiempo, de repente y sin saber muy bien cómo digerirlo.
Pero los hay que afortunadamente siguen contigo, a tu lado, tanto en las buenas como en las malas, como se suele decir. Tanto en las noches locas que acaban a altas horas de la madrugada, desayunando en un bar cualquiera con el rímel corrido y el pelo desgreñado. Con la voz afónica y los tacones en la mano. Con una enorme sonrisa tras la cual se lee un: ¿para cuándo la próxima?
Como también siguen contigo en los momentos de bajón. Cuando no te aguantas ni a ti mismo. Cuando no sabes, no quieres o crees que no puedes. Con lo que sea. A cualquier hora, sin importar ninguna otra cosa. En respuesta a una llamada, a una palabra, a una mirada. Te acompañan en las lágrimas y te regalan los abrazos que más reconfortan.
Amigos que se guardan los “te lo dije” para otra ocasión, quizá para nunca. Que te escuchan sin perder palabra mientras remueven el café eternamente, asintiendo en silencio, dejándote espacio. Los que se muerden la lengua por ti y aguardan la sinceridad para cuando la necesites. Los que ayudan a buscar soluciones y aligeran ese problema que te empeñas en cargar tú solo, por tu cuenta.
Amigos que suman y multiplican valor.
Cualquiera no sirve.
Pero a tu lado siguen los de siempre, los que te quieren. Y quizá alguno más que se ha sumado por el camino. Alguno nuevo y alguno que quizá ya conocías desde hacía más o menos tiempo, pero no lo suficiente. Alguno que te sorprende precisamente por eso, porque de repente lo ves con otros ojos. Lo abrazas de otra manera, lo esperas con otra ilusión, lo sientes más cercano. Y se hace un hueco en tu vida, en el que no todos encajan.
Los hay que siguen ahí incluso cuando tú no estás ni para ti mismo. Cuando no tienes tiempo, o no sabes cómo sacarlo. Cuando te quejas por todo y de todos, haciéndote difícil. Cuando el trabajo te absorbe, la pareja o lo que sea que no te deje ver más allá. Cuando creas excusa tras excusa o cuando te vuelves invisible.
Cuando construyes muros en lugar de puentes.
Los hay que siguen ahí, pese a la rutina del día a día. Pese a que las circunstancias no acompañen y los abrazos se distancien en el tiempo. Pese a malentendidos, desacuerdos u opiniones ajenas. Que no renuncian cuando las cosas se ponen difíciles ni miran para otro lado mientras abandonan. Que no tiran por la borda años de unión así porque así, que no se rinden fácilmente.
Los hay que siguen ahí, siempre, aunque no puedas verlos. Son los que te dan los buenos días y te desean la mejor de las noches. Con mensajes diarios o no. Con felicitaciones puntuales y a veces no tanto. Los que están a un par de paradas de autobús o a 1000 kilómetros de vuelo. Los que celebran cualquier buena noticia, los que esperan cualquier buena historia, los que se involucran en tus sueños.
Los hay que siguen ahí con la misma ilusión, con las mismas buenas intenciones y con los mismos mejores deseos. Sin cansarse del resultado, esperando sin desánimo. Como si fuera siempre la primera Navidad, como si fuera el único y último viaje, como si pudiera no haber otra más. Sabiendo bien lo que buscan, por quiénes esperan, a quiénes cuidan.
Porque saben valorar lo que es importante y lo que no. Porque saben cuál es su sitio y cuál no. Porque saben cuándo seguir y cuándo no.
Hay quienes saben seguir ahí.
A tu lado.
-Entre suspiros y un café-
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