Tengo una amiga que vale millones.
De verdad.
Y te la vendería en esos días que se vuelve más pesada que nunca o que me manda audios interminables sin decir nada interesante. Pero mejor no, me la quedo.
Me la quedo porque vale ese tipo de millones que no se pueden comprar, ni aun con todo el dinero del mundo. Porque ella es de esas que aparece cuando le da la gana, que se puede tirar días pasando de mí porque no para ni un segundo, pero que luego, sin esperarlo, me hace una videollamada tirada en la cama para que le ponga al día. Y eso es suerte.
Es suerte porque sé que siempre estará ahí, pase lo que pase, venga lo que venga. Y no porque yo lo diga, sino porque lo ha demostrado. Porque ha soportado tormentas, miedos, llamadas a las tantas de la mañana, conversaciones de horas y horas, llantos y un sinfín de cosas más, y sigue a mi lado. Dispuesta a ganar todas las batallas que se nos pongan por delante, o al menos a intentarlo.
Me la quedo porque, sin esperarlo, se cruzó por mi camino mirándome tanto que hoy día se sabe hasta lo que pienso sin ni siquiera decirlo. Porque la uña y la carne se quedan cortas al lado de nosotras, porque no tenéis ni idea de lo unidas que estamos incluso en la distancia. Y porque es de esas que se ríen de ti pero que, por suerte, no olvidan reírse contigo.
Me la quedo, sí. Y no porque valga millones, sino porque vale mucho más. Y no tengo un duro.
Y porque ella es el mejor tesoro que se puede guardar, para siempre.
-Un rincón maravilloso-
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