La amistad es, al final de todo, un sinfín de maravillosas casualidades que nos mantienen con vida.
Un amigo da siempre su opinión, aunque duela. Es quien te dice la verdad que otros no se atreven a decir, son los que meten el dedo en la llaga porque no quieres curártela con agua y sal.
Un amigo es intensidad, no frecuencia. Es la electricidad y la adrenalina de contarle un nuevo giro en tu vida mientras tomas un café que sabes que se va a quedar frío. Es llorar sin miedo a que te vean débil, es sentirte en casa en cualquier parte a su lado.
Un amigo está en las malas. Cuando todo el mundo cree que estás bien, pero llaman a tu puerta sin más excusa que la compañía bien entendida. Cuando yaces en la cama de un hospital y te recuerda que has tocado fondo.
Un amigo está y es, una combinación infalible e invencible. Es quien, de camino a casa un sábado a las seis de la mañana, te recuerda con cualquier tontería que el mundo es un lugar maravilloso pese a todo.
Un amigo, un amigo de verdad, siempre perdona. Aunque duela a veces, es capaz de colgar el orgullo en el perchero de un reencuentro que parecía que nunca llegaría.
Un amigo, con mayúsculas, sabe que el tiempo no es más que un acordeón que nos acerca y aleja, en una eterna sinfonía que siempre tiene hueco para un bis.
La amistad, al fin y al cabo, es sentir que la casualidad es caprichosa, y que la magia que desprenden algunas personas, nos ilumina para siempre.
-Alejandro Sotodosos-
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