Que no se te olvide lo mucho que vales.
Aunque te digan lo contrario o te lo insinúen sutilmente. Aunque no te reconozcan nunca o no te dirijan siquiera la palabra. Pese a que te resten méritos, todos ellos o alguno en concreto. Aun cuando te saquen cualquier pega, por pequeña que sea o dejen salir sus prejuicios. Recuerda que son suyos. Por mucha crítica destructiva, zancadillas o pisotones que sufras. Por mucho que te digan, te comparen o te infravaloren. Por mucho que otros se lleven los aplausos. Apláudete tú.
Que no se te olvide lo grande que eres. Lo grande que siempre has sido, aunque ni tú ni nadie lo mencione o se atreva a decirlo. Ni en voz alta, ni tampoco en bajito. Ten muy presente lo lejos que has llegado. Y lo que aun te queda por dar. Por lograr. Por conquistar. Lo bien que haces, aprendes y eliges. Las buenas intenciones, la valentía y la fuerza de voluntad. Por cultivarlas. Que si nuestras palabras hablan por sí mismas, nuestros actos nos definen. Actúa en consonancia.
Que no se te olvide lo que das. De ti. A ti y a los demás. Lo mucho que eso vale. Y lo poco que se valora. Incluido tú. Y lo mucho que se llega a echar en falta, cuando falta. Lo mucho que ayudas, o lo poco, que siempre es menos que nada. Lo que construyes a diario, lo que crece gracias a tus manos. Cada segundo que inviertes que te viene devuelto en forma de vida. En forma de presente, y de futuro. Cuenta cada uno de los granitos de arena que pongas. No dejes de contar. Y de dar.
No te olvides de saber estar. Contigo y con quien quieras. Y de no estar siempre. Ni mucho menos en todo. De saber con quién estar y a quién dar espacio. De saber en qué momento y por cuánto. Y acostúmbrate a dártelo. Espacio. El que necesites. Y a respirar contando hasta donde tú consideres. Aprende a saber escoger y a priorizar. A pensar qué es lo mejor, qué puede esperar.
No te olvides de ti. Ni te inventes excusas ni aceptes las que otros te quieran dar. Estate contigo, a tu lado, de tu mano. No te dejes. No te abandones. Bajo ninguna circunstancia. Bajo ningún tipo de escapatoria. Bajo ninguna promesa de arreglarlo en un futuro. Recuerda que hay cosas que no se cumplen. No te pierdas ni en los días más grises ni en las crisis más profundas. Ni cuando creas que te falta tiempo o cuando empieces a dudar. De lo que sea. Cuando sea. Y acompáñate. Y cree en ti. Y no dejes de creer.
No te olvides de resetear. De parar cuando lo consideres. De tomar oxígeno, aire y felicidad. De volver. De ir. De saltar y ponerte a prueba. De perdonarte cuando no puedas llegar. Que a veces no se llega en el primer sprint ni en primer lugar. Que lo suyo es llegar cuando se pueda. Cuando se esté preparado. Que cada uno marca sus tiempos, sus horarios, sus límites. Y que cada uno, a su ritmo, lo puede mejorar.
No te olvides de ser tu amigo. El mejor. Tu compañero. En las buenas, las mejores y las no tanto. Aprende a ser tu cómplice incondicional. El que sabe, el que espera, el que siempre contesta. Y no se cansa de ello. No te olvides de quererte y cuidarte. De exigirte de acuerdo a tus posibilidades. De saber ajustar tus expectativas-. De ser realista. De no perder de vista tu horizonte, de adornarlo a tu gusto.
Que se no se olvide que cada persona es única y tú no eres una excepción. Que el valor se marca desde dentro.
Que se no se olvide que vales todo eso y mucho más.
-Entre suspiros y un café-
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