¿Has estado a punto alguna vez de tirar la toalla? Reconozco que, en ocasiones, es una tentación demasiado grande, que te entran ganas de darte por vencido y volver más adelante, con más ganas. Para recogerla, yo suelo aferrarme a lo conseguido hasta ese momento, me motivo y me convenzo a mí misma de que vale la pena, de que si no abandoné en otros momentos de desánimo, ¿por qué sí debería hacerlo ahora? Y entonces, empiezo a dar un paso y otro y, casi sin darme cuenta, retomo el camino.
Pero, sí que es verdad que he tenido momentos en los que me replanteo las cosas. Me ha pasado con el blog -que me quedo sin ideas, sin saber por dónde tirar- y con mil cosas más de mi día a día, porque a veces las fuerzas flaquean y sólo quieres mirar hacia dentro y recomponerte… Bien, pues esos tiempos son necesarios, es absolutamente normal reflexionar acerca de ello, pero no te pueden paralizar. Es imprescindible que sepas discernir, diferenciar lo que es grave de lo que es anecdótico y no echar el freno en tu vida ante cualquier imprevisto que nosotros, y solamente nosotros, hemos convertido en problema.
Porque sólo tirando hacia adelante se puede enderezar lo que se ha torcido, porque tenemos toda una vida para seguir concediéndonos oportunidades y rectificar. Porque tomar aire es la mejor forma de recobrar fuerzas, porque contando hasta diez somos capaces de relativizar y darle a cada cosa su justa importancia. Porque eres perseverante, si no ¿cómo habrías llegado hasta donde lo has hecho? Porque siempre hay una mano amiga que nos ayuda a recomponer ese puzzle que es nuestra existencia, porque esas piezas que hemos extraviado, vuelven a aparecer y encajan igual que siempre, igual de bien.
Porque hay que levantarse cuando suena el despertador, porque nuestro día a día se compone de pequeños retos que empezamos a vencer en el mismo momento en el que nos presentamos allí donde se nos espera, para hacer lo que debemos. Porque, conforme vamos creciendo, vamos aprendiendo y no podemos menospreciar ninguna de las enseñanzas que nos han traído hasta aquí. Porque debemos acostarnos con la conciencia tranquila y, para ello, tenemos la inmensa suerte de ser dueños de nuestras palabras, que dirigimos exactamente a quien queremos… Pedir perdón y dar las gracias son acciones que nos reconcilian con los demás y, sobre todo, con nosotros mismos.
Si la toalla ha caído, no te preocupes; vamos a lavarla, a tenderla, que le dé el aire. Después, recógela y cárgatela al hombro como siempre. Te seguirá sirviendo para limpiar aquello que se ha ensuciado, para tumbarte, para envolverte en ella cada vez que lo necesites. No te rindas, que tú mismo sigues esperando mucho de ti y eres la última persona a la que debes defraudar.
-Te lo dije cantando-
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