Cuenta tus alegrías. Aprende a contarlas, a disfrutarlas, a vivirlas. A no empequeñecerlas de ninguna de las maneras, a no esconderlas de nadie, a no avergonzarte de ellas. Ni de ti. Grítalas a los cuatro vientos. Compártelas con quien quiera compartirlas contigo. Siempre hay alguien dispuesto. Siéntelas. Todas y cada una de ellas. No deseches ninguna. No te dejes ninguna por el camino. Por pequeña que sea, todo suma. Por insignificante que te parezca ahora, hay cosas de las que sólo volviendo la vista atrás, te das cuenta de su grandeza.
Cuenta tus días. Los que te gustan, y los que no. Los que empiezan y terminan de una manera increíble, tanto que te cuesta tanto dejarlos ir. Cuenta también las horas de aquellos en los que las cosas no salen como quisieras, días en los que has de buscar en los pequeños detalles para extraerles algo de color. Y aprende a pintar cada día, cada minuto, cada suspiro. Del color que elijas. Con los degradados que prefieras. Con las mezclas que te apetezcan. Aprende a pintar tu propio lienzo, a darle color a tu vida.
Cuenta en positivo. Y suma siempre que puedas. Que la vida ya se encarga de restar más a menudo de lo que quisieras. Contrarréstala. No le dejes que vaya a menos, que decrezca, que se quede vacía. Aprende a llenar vacíos y a ocupar espacios. Haz que vaya siempre a más. Por poco que sea. Por lento que sea. Al final verás, que todo suma. Y que con un poco de aquí y un poco de allá, te salen las cuentas.
Cuenta las oportunidades que se te presentan cada día. Las que se arman de valor y llaman a tu puerta directamente. Las que se esconden detrás de cada esquina, esperando que vayas a por ellas. Las que se disfrazan de reto, y te ponen tan difícil conseguirlo. Las tímidas, las que se dejan ver en mínimas ocasiones. Las que parecen un sacrificio sin sentido, un callejón sin salida, o hasta una maldita maldición. Aprende primero a verlas, a reconocerlas, y luego, a ir a por ellas. A que no se te escape ninguna. O ninguna que realmente quieras. A decidir cuáles serán tuyas.
Cuenta tus personas. Las que te rodean. Las que están a tu lado. Porque siempre hay alguien fiel, que siempre está ahí. Aunque no lo veas ahora o te surjan dudas en determinadas situaciones. Empieza por algo: empieza a aprender a verlo. A tus personas. A disfrutar con ellas y de ellas. De su compañía. Aprende también a corresponderles. A dar más y exigir menos. A ser más tú, y a dejarles ser ellos mismos.
Cuenta tus miedos… en voz bajita, si no te atreves a gritarlos. Pero cuéntalos, para afrontarlos. Para ahuyentarlos. Para dejarles salir. Para obligarles a salir. Deshazte de ellos para que te empiecen a salir las cuentas. Y como equilibrio, cuenta más chistes. Cuenta humor, cuenta sonrisas. Que es gratis. Que no cuesta nada. Y que tan bien sientan. De maravilla. Tanto al que regala y al que recibe. Y valora más esos regalos.
Cuenta contigo. Siempre. No te olvides de que estás ahí. No te olvides de que tú también existes, de que tú también sientes, de que tú también vives. Aprende a escuchar tus necesidades y a valorar más las reales. Aprende de una vez, que a veces no puedes salvar a nadie, si no te salvas a ti primero. Y que no siempre debes salvar a alguien.
Y ponte más veces en primer lugar. Te lo mereces.
Y no dejes de contar.
-Entre suspiros y un café-
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