Todo pasa. Ese consejo que tantas veces había dado a otras personas, ese día volvía a mí. Todo pasa, me repetía una y otra vez. En un año, te sentarás en este mismo lugar y te darás cuenta de que, eso que parecía que jamás pasaría, pasó. Pero hay veces en las que el desconsuelo es tan grande, que no hay forma de escuchar, ni a nosotros mismos ni a los demás. Sólo se siente un agudo e insoportable dolor. En ese momento, pensé que sí que es posible que doliera el alma, que ese dolor que sentía en el pecho no podían ser simples nervios y noches sin dormir.
Por entonces, aún no me creía que nada de eso estuviera sucediendo. Hace tiempo leí que no hay nada en el mundo que dé más miedo que dudar de algo que creías incuestionable. Y me preguntaba si tal vez, en algún momento, iba a despertar y darme cuenta de que todo había sido un mal sueño. Pero habría los ojos y todo seguía igual. Tantas vueltas, y siempre llegaba al mismo lugar.
Supongo que hay un momento en el que el dolor se calma, o quizás te acostumbras a él. Puede ser que el cuerpo y la mente ya no puedan más y se tomen un respiro, para volver a la carga con recuerdos, preguntas y más dudas, tiempo después. Para eso siempre hay tiempo. Y, al final, llega el silencio, un insoportable y sosegado silencio. Las lágrimas se acaban, y me di cuenta de que ya no había marcha atrás, que el dolor estaba hecho, que tenía que aceptarlo tal y como ha venido para quedarse. Pensé que el olvido llega, tarde o temprano, y que el tiempo, aunque en ese momento pareciera imposible, todo lo cura.
Y llegaron días muy muy largos y muy muy grises. Sentía el frío dentro de mí, como si me encontrara flotando en la penumbra, caminando cerca del abismo. Pero el sol, por suerte, siempre acaba saliendo. Te lo juro. Siempre acaba saliendo. No importa de qué se trate, siempre termina de una forma u otra. Aunque parezca incluso injusto, que sientas que hay cosas que nunca deberías superar, al final siempre logramos reinventarnos, encontramos porqués por los que seguir adelante y nuevos motivos por los que sonreír. Lo necesitamos, para seguir respirando, para ser quienes somos.
Y así fue. Llegaron días muy soleados, y cuando estuve en mi mejor momento, cuando había olvidado los días grises, cuando todo parecía tan lejano, lo pensé de nuevo: todo pasa. No sólo lo malo, también lo bueno. Y me desviví y, aún lo sigo haciendo, por disfrutar al máximo de todo lo que me rodeaba. Porque la vida cambia y nos cambia, normalmente a trompicones, en un segundo. Y hoy estás aquí y mañana, ¿quién sabe?
Todo pasa, te lo prometo.
-Compartiendo macarrones-
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