Me gusta viajar. Me gusta conocer nuevos lugares, nuevas formas de vida, nuevos idiomas. Me gusta conocer gente nueva, todas las formas diferentes que tienen de hacer reír a una persona. Me gusta hacer de cualquier mochila mi casa a cuestas. Yo lo hago por ocio siempre que puedo, pero hablo de los viajes un poquito más largos. Esos que te obligan a desempaquetar y acostumbrarte a una nueva ciudad, a unos nuevos horarios, a una nueva almohada, que no es como la de tu casa… Hablo de esos viajes que hicimos por estudios o que, ahora por trabajo, nos han llevado lejos. Lejos de casa. Y, simplemente, a veces todos esos kilómetros de más, pesan un poquito.
Si eres de esos a los que les gusta viajar, si lo has experimentado en más de una ocasión. Que, desde luego, las experiencias son inolvidables y me volvería a coger todos y cada uno de esos trenes, aviones, autobuses y demás, a los que un día me subí cargada de ilusiones y de sueños por cumplir. Y puedo decir satisfecha que muchos de ellos se han hecho realidad y muchos otros los tengo en mi lista esperando a ser cumplidos. Que he conocido a gente con más historias que contar que cualquier libro, que he soñado en todos los idiomas y me he reído en todos los acentos. Si eres uno de ellos, estoy segura que puedes decir lo mismo. Y es cierto, que muchas veces esos viajes no se eligen, que el mundo nos empuja a renovarnos y a buscar un futuro mejor. Y simplemente tenemos que salir a aprender otro idioma, a encontrar esa carrera o ese máster que sólo se cursa en esa ciudad, o a buscar un trabajo a una ciudad un poco más grande y con más expectativas. Pero al fin y al cabo, ganas y pierdes lo mismo.
Y hay veces que se me escapa una risa floja. Cuando te dicen lo bien que vives, lo bien que te lo pasas viajando de aquí para allá, sin más responsabilidades ni más temores que seguir en pie. Y se equivocan, porque muchos de ellos no saben de lo que hablan, otros tanto no lo han vivido, y otros pocos no se atreverían a intentarlo. Porque es duro. Porque hay días que lo único que quieres es estar con los tuyos, es poder tomarte una caña con tus amigos de siempre, sentarte a comer con tu familia, dormir en tu cama. Hay días en los que necesitas un apoyo, porque al fin y al cabo estás sola, en un sitio al que no conoces a nadie. Es una sensación muy difícil. Ojo, no te quepa duda que los conocerás, que con el tiempo sentirás que siempre estuviste allí, que te conocerás sus calles como la palma de tu mano y sus gentes serán tu nueva familia. Pero hay días, en los que sencillamente, no quieres una nueva familia. Quieres la tuya. Y ya está.
Y sí, lo pasas genial viajando de un lado para otro, pero a veces sólo quieres quedarte quieta. Sin objetivos, sin nuevas experiencias. Momentos en los que, aunque suene mal, no te apetece ser simpática, estar alegre, sonreír, ni unirte al plan. Quieres ser borde, quieres estar triste y tener a los que te conocen y saben lo que tienen que hacer.
Si eres de los que viajan, de los que están lejos de casa, estoy orgullosa de ti, y espero que todos los tuyos también lo estén. Porque le has echado un par. Porque ahora nos parece normal, con eso de la emigración de los jóvenes en busca de empleo, las facilidades para movernos por el país o fuera de él. Pero ole por ti, porque no cualquiera se atreve. Porque, aunque no lo creas, te estás haciendo fuerte de otra manera. Porque estás creciendo en otra dirección, lejos de casa, y eso es muy complicado.
Si eres de los que se lo está pensando, no hay mejor forma de saber si lo conseguirás si no te pones la mochila al hombro y lo intentas. Eres suficientemente fuerte para conseguirlo y, si no lo eres, lo serás por el camino.
Y, por último, si eres de los que estás en casa, házselo un poquito más fácil a los que no lo están. No te imaginas cómo puedes cambiarles el día a ellos y a ti, si por sólo una vez no decides salir con tus amigas de tu barrio, con tu pareja, con tu familia, y te das la oportunidad de saber lo que ellos pueden contarte.
-Compartiendo Macarrones-
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