Buenos días, buenas noches. Apenas dos palabras son suficientes para cambiar el estado de ánimo de alguien al empezar la jornada o al terminarla. Día a día nos acordamos de quienes están lejos, incluso de aquellos que viven en nuestra misma ciudad pero a los que no vemos con la asiduidad que nos gustaría… Sin embargo, no siempre se lo hacemos saber. Y entonces, ¿de qué sirve?
Los buenos sentimientos nacen siempre por una razón con nombre y apellidos, qué menos que compartirlos con esas personas que nos hacen ser un poco mejor. Cierto es que estamos en constante evolución, que nuestras circunstancias lo determinan casi todo, que nuestra educación y nuestros valores condicionan nuestra percepción del mundo, pero recuerda que estaríamos incompletos sin quienes nos rodean… Ellos forman parte intrínseca del sí o el no que pronunciamos cada día, de nuestras decisiones.
No es que opinen, es que somos quienes somos gracias a ellos… A sus consejos, a su paciencia infinita cuando nos empeñamos en ahogarnos en un vaso de agua, a su confianza ciega en nuestras posibilidades, a sus ánimos, a su capacidad para ponerse en nuestra piel, a esa admiración que nos profesan sin apenas merecerlo, a su forma de reconducir nuestros pasos cuando nos equivocamos y, en definitiva, a incluirnos en su plan de vida, casi nada.
Por eso, no escatimes en buenos gestos con ellos, se los merecen. Habrá días en los que estés cansado, en los que pensarás que no llegas, en los que tus esfuerzos por estar al tanto de sus vidas fracasarán. Comunica, no lo cogen, demasiados kilómetros de por medio… No importa, mañana tendrás una nueva oportunidad para recordarles que continúas ahí, que no te olvidas, que el ritmo de la vida sigue pero que el de la tuya suena peor sin ellos.
Hazles saber que son importantes para ti, que tu existencia tendría menos sentido si ellos no estuvieran cerca.
-Te lo dije cantando-
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