[...] —Tienes que decir la verdad y tienes que decirla ahora. Conor O’Malley. Dila. Debes hacerlo.
Conor negó otra vez con la cabeza, apretando con fuerza la boca, pero sintió que el pecho le quemaba, como si alguien hubiera encendido allí una hoguera, un sol en miniatura que ardía y lo quemaba por dentro.
—Decirlo me matará —jadeó.
—Lo que te matará es no decirlo — repuso el monstruo—. Tienes que decirlo.
—La soltaste. ¿Por qué?
La negrura le envolvía los ojos, le tapaba la nariz y le sofocaba la boca. Conor jadeaba, tratando de respirar, en vano. La oscuridad lo estaba asfixiando. Lo estaba matando…
—¿Por qué, Conor? —dijo furioso el monstruo—. ¡Dime POR QUÉ! ¡Antes de que sea demasiado tarde!
Y de pronto, el fuego que Conor tenía en el pecho lo abrasó, de pronto ardió como si pretendiera devorarlo vivo. Era la verdad, él sabía que lo era. Un gemido empezó a surgir de su garganta, un gemido que se elevó hasta convertirse en grito y luego en un alarido sin palabras, y Conor abrió la boca y el fuego salió ardiendo, ardiendo para consumirlo todo, estallando contra la negrura, contra el tejo también, prendiéndole fuego junto al resto del mundo, abrasando a Conor mientras gritaba y gritaba y gritaba, de dolor y de pena…
Y dijo las palabras. Dijo la verdad. Contó el resto de la cuarta historia.
—¡Ya no puedo soportarlo más! — gritó desesperado mientras el fuego ardía furiosamente a su alrededor—. ¡No puedo soportar saber que se va a ir! ¡Quiero que pase ya! ¡Quiero que todo esto se acabe!
Y entonces el fuego devoró el mundo, arrasándolo todo, llevándoselo también a él. [...]
-Un monstruo viene a verme-
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