Cuesta comprender que hay ciertas cosas que es mejor dejar ir antes de que te maten por dentro. Que hay personas que toman decisiones por ti y se largan de tu vida sin avisar. No importa que tú no quieras, que busques motivos para que no se vayan o que quieras que sigan ahí, ellos se irán. Lo más probable es que no haya explicación alguna, y si la hubiera, no te servirá de consuelo.
Hay personas que pasan por tu vida como un suspiro, aunque ese suspiro haya durado una década. De repente, todo lo que habéis vivido, lo que habéis compartido, pierde su significado porque el otro decide tirarlo todo por la borda. ¿Acaso no fue nada? ¿No te aportó algo la relación? Cuando os visteis por primera vez, cada reencuentro, cada despedida, cada abrazo, cafés, noches de fiesta, momentos de felicidad y otros de hundirte en la miseria. Probablemente sirvieron para algo. Le ayudaron –en parte- a ser quien es hoy. Pero ya es igual, ya no importa. Ya no significas nada para esa persona, has pasado a un segundo plano.
Y las conversaciones eternas se transforman en mensajes sin respuesta, cumpleaños sin felicitar, llamadas que nunca llegan, cafés que se enfrían y noches que se vuelven tristes sin vuestras risas y bailes.
La situación alcanzará tales proporciones que pensarás en todo aquello que no hiciste o que pudiste hacer mal, algo que provocara este distanciamiento. No te culpes, tampoco a él/ella. La vida da muchas vueltas y a veces hay caminos que han de separarse, aunque eso implique llevarte grandes decepciones.
Es el momento de dar un paso al frente, ser todo lo valiente que la otra persona no lo fue, afrontar la situación, decir adiós y sentirte tranquilo contigo mismo. Porque en el fondo sabes que no has hecho nada malo, que las relaciones cambian y no siempre para mejor. Y que si esa persona decidió marcharse, fue porque quiso, nadie se lo impuso.
Quédate con lo bueno y por encima de todo, sigue siendo tú mismo/a. Siempre.
-Nunca dejes de volar-
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