No nos engañemos, el mundo no es ni de los más ricos, ni de los más guapos, ni de los más inteligentes. El mundo es de aquel que pasa a la acción, del que la saca a bailar y del que hace la llamada. De aquel que no se encoge ante el primer “no”, de quien se niega a vivir de prestado lo que por derecho le pertenece y de quien se ama lo suficiente como para poner sus sueños por encima de su ego. Digámoslo de una vez: El mundo es de quien se la juega.
“Al igual que tú” – que escribíamos un día –, he visto a personas de talentos envidiables dejar tras su muerte fallecer sus ilusiones. Personas que teniendo mucho han conseguido poco y personas que con poco han logrado mucho. He visto a personas de extraordinaria belleza esperar a ser elegidas en lo alto de su torre y a personas de – digamos – dudoso atractivo dejar a un lado la carcasa y asaltar un corazón. Por todo ello, he llegado a una conclusión: el mundo no es de quien más tiene o más anhela, sino de aquel que es capaz de quererse sin medida, apartar de un golpe lo superfluo y lanzarse sin reserva tras aquello que desea.
El principal motivo por el que no sacamos el máximo partido a la existencia no es que no dispongamos de las capacidades adecuadas, sino que vivimos esperando a que el contexto o el entorno nos den su OK para actuar. Inundados de miedos, observamos la vida a través de un embudo por el orificio equivocado: En lugar de mirar desde el agujero pequeño para verlo todo grande, miramos desde el grande y lo vemos todo pequeño. Nos invade el sentimiento de que, como acabamos de llegar, el mundo es propiedad de otros y que debemos pedirles permiso (algo así como miraba el gatito de Shrek) para que alguno se apiade de nosotros y nos entregue una porción.
Practica el Y-qué-más-da.
Lo que piensen, si no lo logras, si te equivocas… "¿Y qué más da?". Cada vez que sientas miedo ante algo que te ilusiona y estés a punto de echarte atrás, pronuncia esta frase milagrosa. Funciona. Hazlo además, con buena entonación. Así: “¿Y queeé más daaaa?” Nada es más valioso que tu derecho a hacer lo que te apetece. A vivir como te dé la gana. (Siempre y cuando no suponga un perjuicio para los demás, claro).
No te ofendas, pero no eres tan importante. Nadie lo es. Nuestra importancia solo cobra sentido a corto alcance. Es decir, con nuestras personas queridas y, por supuesto, con nosotros mismos. Si solo somos un pestañeo dentro de la vida y magnitud del universo, imagina el peso real de que esa idea pueda fracasar, o de que ese chico o esa chica te dé calabazas, o de que ese artículo que quieres escribir pueda no gustar. (¡Ya-ves-truz qué problemón!)
Quererse no es hacer lo posible por evitar un traspiés, una mala crítica o cualquier clase de error que mantenga a cero el marcador de nuestras derrotas. Quererse es tener el valor de no frenarse ante lo amado por el simple hecho de sentirse vulnerable, torpe o imperfecto.
El amor no es divisible. Cuando te amas, amas la vida. Cuando te ves hermoso o te sientes poderoso tal como eres, la vida se vuelve hermosa y llena de riqueza. Puedes ir con cualquier cuerpo a cualquier piscina. Intentar con cualquier defecto cualquier empresa. Presentarte con cualquier traje en cualquier fiesta. Erich Fromm escribió: “Si amo realmente a una persona, amo a todas las personas, amo al mundo, amo la vida. Si puedo decirle a alguien ‘Te amo’, debo poder decir ‘Amo a todos en ti, a través de ti amo al mundo, en ti me amo también a mí mismo’”. Cuando te amas, te adueñas de ti y, lo que es más importante, cuando te amas, te adueñas del mundo.
“Solo cuando das el 100% en lo que haces dejas de pensar en los caminos que no cogiste”.
Sin reservas: A por todas.
Se puede ganar perdiendo y se puede perder ganando. La diferencia está en cuánto pones de ti. Si no lo consigues, pero por medio del esfuerzo y la entrega reclamas tu derecho a intentarlo y experimentar, el triunfo es indiscutible.
No se trata de vivir en un mundo de colores-arcoíris y negar la existencia del fracaso (eso no es optimismo), sino de saber distinguir entre dos tipos muy diferentes de derrota: aquella que es resultado de no haber logrado lo que se esperaba y aquella que permites que por dentro te demuela. La primera es real y puede llegar a ser muy dolorosa, pero es la segunda la que empequeñece nuestra vida, llena nuestro corazón de arrepentimiento y evita que volvamos a intentarlo.
Jamás vas a arrepentirte de lo que hagas cuando en el intento hayas puesto toda tu alma. El arrepentimiento es mucho más que apostar por algo, fracasar y decir con ventajismo “vaya, pues debí haber elegido la otra alternativa”: El arrepentimiento es la sensación profunda e interior de no haberse equivocado con todas las de la ley, de haberse equivocado a medias.
Cuando nos vayamos de aquí, el único dolor que nos quedará no es el de habernos equivocado una, diez o cien veces (eso siempre se supera). El único dolor que nos quedará es el de no habernos agarrado con dos manos a la vida.
Lo peor que te puede pasar no es que abandones este mundo sin haber logrado tu sueño, lo peor es haberlo sentido latiendo muy dentro y, aún así, haberlo dejado escapar.
Invierte en valentía, pasa a la acción y, sobre todo, mantén siempre el camino del amor despejado. De las opiniones, de las personas que te empequeñecen, del temor hacia lo que por esencia es intrascendente y, en definitiva, de todas esas creencias que te llevan a perder lo más valioso que en este mundo se puede perder: oportunidades.
Emprende, llama, dile que le amas, arriesga… ¡Juégatela! Y si fallas, recuerda: “¿Y queeé más daaaa?”.
Haz tuyo el mundo.
-El universo de lo sencillo-
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