«No nos permitían estar juntos. Nadie; ni mis padres, ni los suyos, ni la escuela, ni siquiera los vecinos. Murmuraban, nos miraban, nos obligaban a escondernos. Qué tontos. Los que condenan no se dan cuenta de nada, cielo mío. Prohibir amar a un enamorado es empujarle a hacerlo. El ser humano tiene la estúpida manía de decidir sobre la vida de los demás, de obligar y de prohibir desde un falso altar moral, como si eso le diera el poder que tanto ansía y que nunca llegará a conseguir. No creo en las prohibiciones, Gaelito, ni en el que mira desde arriba. Los grandes triunfos de la historia se han conseguido porque alguna vez alguien los prohibió, ¿no es así?
Escucha esto que te digo, amor mío: el amor es libertad, y en ningún momento consiguieron hacerme creer que lo que tu abuelo y yo hacíamos estaba mal, porque jamás me he sentido tan libre como cuando estaba con él. No trates nunca de obligar a nadie a que se quede a tu lado: dale alas para que pueda decidir libremente cuándo irse y cuándo volver. Esa será la única manera de asegurarte un amor real y auténtico. El pájaro que vuela es el que vuelve a casa.
(...)
Tu abuelo ya había conseguido despertar mi amor, una atención romántica que llevaba toda la vida dormida, pues mi pasión era el trabajo y no tenía hueco para nada más. Pero el amor no tiene forma, mi vida, ya lo descubrirás, no se coloca en un rincón de nosotros y busca su espacio. El amor atropella y abarca, ahoga y salva. El amor te agarra de las manos, te eleva y te suelta sin paracaídas. Ese vértigo es maravilloso. Y después… Durante el descenso ves los paisajes más bellos del mundo, ves tu vida clara y limpia, como una nube, y nada más importa. Dime, ¿qué más da el suelo cuando ya has visto todo en la caída?»
-Elvira Sastre, fragmento inédito perteneciente a la novela en la que lleva trabajando desde hace más de un año y que publicará brevemente-
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