Hubo un tiempo en el que esperé tanto que me salieron raíces de los dedos de los pies, que seguían en movimiento como pequeños pajaritos atrapados aunque mis piernas no se movieran. ¿Entiendes lo que te digo? Mis pies se encadenaron al suelo como un esclavo y tuve miedo porque pensé que nunca podría irme de ahí. En ese momento no me importó porque estaba esperando, y uno siempre espera porque quiere y en ningún caso porque no tenga alternativa.
Eso pensé: «estoy aquí porque quiero, estoy aquí quieta, estática, lejos de las ventanas, con hambre y con lluvia a lo lejos, escuchando los sonidos al otro lado, nadie podrá decir que estoy huyendo porque estoy aquí quieta, estática, lejos de las ventanas, al alcance de cualquiera, esperando». Sin embargo, y eso es inevitable cuando uno espera, al rato sentí miedo por no poder irme de allí cuando quisiera. Sentí las raíces apretando mis tobillos. Uno no deja de esperar porque se canse, uno deja de esperar porque cesa el ruido al otro lado y las raíces se secan.
-Elvira Sastre-
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