Anoche cuando volvía sola, muerta de miedo, no paraba de pensar en que yo podría ser una de esas chicas que salen en la tele que no tuvieron un buen camino de vuelta a casa.
Fue entonces cuando, a la vez, me llenaba de rabia y me preguntaba, una y otra vez, por qué no podía ir tranquila. Por qué tenía que gastarme el doble de dinero en un taxi para que me dejara en la puerta y no pasara nada. Por qué tenía que quedarme hasta más tarde en un sitio simplemente para esperar a que alguien se volviera conmigo y así no ir sola. Por qué tenía que pedirle a alguien que estuviera atento al móvil por si me pasaba algo, porque me temblaban las piernas. Por qué tenía que ir andando mirando para los lados, con el corazón a mil y rezando de que no viniese nadie detrás o no hubiese nadie esperando al doblar la esquina. Por qué mis padres tenían que estar preocupados por si llegaba bien o no.
Me preguntaba, con coraje y casi llorando, por qué tenía que tener miedo, por qué no podía ir tranquila por la calle a altas horas de la noche. Y seguía preguntándome por qué hay gente ahí fuera con la cabeza más para allá que para acá, que no piensa las cosas, que tiene el mal dentro y que me hace ir intranquila por la calle.
Y aún después de darle vueltas, no obtuve ni una respuesta. O bueno, quizás sí.
Quizás la única respuesta es porque vivimos en un mundo donde hay personas que no respetan, que día tras día usan la violencia y, peor aún, que no pagan por ello.
-Un rincón maravilloso-
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