Con el final del año y el inicio de uno nuevo siempre se hacen reflexiones, balances e incluso análisis de todo.
Yo tampoco soy menos, pero voy más allá y me he atrevido a repasar los diez últimos años, esa evolución de la veintena a la treintena. Ese paso que a muchos les asusta, yo lo recibí con los brazos abiertos, con ganas de vivir más, de aprender y de aprovechar cada minuto. Principalmente durante los últimos meses.
Nuestros padres nos educan y la escuela nos forma. Pero la mayoría de las veces no estamos preparados para lo que viene después, y la vida se encarga de darnos lecciones según vamos tomando decisiones: unas acertadas y otras equivocadas.
Lo peor no es que nos equivoquemos constantemente, sino que muy a menudo ni siquiera somos conscientes de esos errores. De entrada, nuestros sentidos nos engañan a menudo, también nos dejamos llevar por lo que opinan nuestros amigos, nuestra familia o, simplemente, la gente que piensa igual que nosotros y que refuerza nuestras ideas, protegiéndolas además de teorías alternativas.
Cuando alguien pone en evidencia que nos hemos equivocado, nos sentimos mal. Por eso si alguien nos lleva la contraria, nuestro primer instinto es atrincherarnos y defender nuestras ideas con argumentos cada vez más hostiles, y a veces, ridículos.
Nuestra memoria funciona de modo similar a una cámara de vídeo: grabamos, olvidamos, reconstruimos y fabulamos cuando nos falta información, aunque no seamos conscientes de ninguno de esos procesos.
Por eso, el primer paso para asumir nuestros errores es asumir la responsabilidad: si no reconocemos que ha habido equivocaciones, no podemos eliminar la posibilidad de que vuelvan a ocurrir.
Dudar acerca de nuestras certezas impulsa nuestra curiosidad, la posibilidad y el asombro. Es una duda activa y nos anima a salir de nuestra zona de confort. Cuando nos enfrentamos a nuestros errores, y los explicamos en lugar de justificarlos, aprendemos más no solo sobre el asunto en el que nos hemos equivocado, sino también sobre nosotros mismos e incluso sobre los demás. Ser conscientes de nuestras equivocaciones (o al menos de su posibilidad) nos anima a considerar otros puntos de vista, a considerar ya de entrada que la otra persona puede tener razón.
Pero para llegar a este punto necesitamos también aprender a escuchar.
En lugar de saltar nada más oír una opinión, puede ser buena idea guardar algo de silencio.
-Parafraseando a Verne-
“Espero que este año que viene, te equivoques. Porque si cometes errores, entonces estás haciendo cosas nuevas, probando cosas nuevas, aprendiendo, viviendo, empujándote a ti mismo, cambiándote a ti mismo, cambiando tu mundo. Estás haciendo cosas que nunca has hecho antes, y lo más importante, estás haciendo algo.
Ese es mi deseo para ti y para nosotros, y mi deseo para mí mismo. Cometer errores nuevos. Sea lo que sea que tengas miedo de hacer, ¡hazlo!”
- Neil Gaiman -
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