Hace algo más de tres años comenzaba este blog casi más por empuje que por iniciativa propia, aunque rápidamente esos términos se intercambiaron y lo hice tan mío que es difícil entender todos mis pasos de estos últimos años sin él. Ha sido un escape en muchas situaciones, reflejo de historias propias, pero principalmente de historias de aquellos que me rodean. Un sinfín de momentos que han ido fraguando día a día un rincón donde volcar sentimientos e ideas. A pesar de ello, estos meses han sido muy complicados en cuanto a escrita y tiempo para plasmar todos esos pensamientos en posts y una consecuencia clara ha sido el que haya habido días en los que no ha aparecido nada, aunque luego se haya subsanado el error.
Como ya es bien sabido, éste es ese momento que tanto me gusta del año. Ese momento de sentarme o tumbarme y dejar que fluyan las palabras. Aunque tal vez, en esta ocasión, este post, haya sido creado de manera diferente y por lo tanto sea más especial que nunca. Pero vayamos por partes.
Hoy es 25 de diciembre realmente. Normalmente este post se va fraguando con el tiempo y con el paso de los últimos días, casi semanas, del año. Pero en esta ocasión decidí esperar hasta bien entrado el mes para hacer balance de un año que ha sido mucho más complejo de lo que podría haber imaginado, sentarme (el primer día que he podido hacerlo con tranquilidad) y escribirlo todo seguido.
Comenzar el año habiendo dado por zanjado (o eso creía yo) aquel libro tan marcante pero a la vez con tanta seguridad, me daba alas para creer firmemente que todo iría bien, que antes o después volvería a encauzarse el río. Lejos de esa utopía, las semanas se hicieron largas y extenuantes mentalmente. No fue fácil mantener cierta cordura entre las horas y los días libres que tenía para pensar y dar vueltas a los mismos pensamientos una y otra vez: ¿Habré hecho bien? ¿Me habré equivocado? ¿Tendría que haberlo hecho de alguna otra manera?
El acto de regresar, al fin y al cabo, fue lo más fácil. Irme, abandonar todo lo que había construido en doce años, con sus cosas buenas y malas... entre comillas, también fue sencillo. Llegar y empezar de cero, de la nada, fue lo complicado. Sí, de cero. Porque pensad por un momento fríamente. Vale que en el fondo volvía a la protección del hogar pero volvía sin nada. Dejaba una vida construida, una casa montada y un trabajo fijo aunque fuese un horror... Había pasado más de una década fuera, no sólo de casa, sino del país. Para mí, mi casa, mi ciudad, era lo desconocido. Tuve que volverme a adaptar (y lo sigo haciendo) a mi propia cultura, a un día a día que para mí era totalmente extraño, a ciertos comportamientos, que para mí, muchas veces, no me cuadraban (y los sigue habiendo). Pensad que había cosas, momentos, historias, que ni siquiera conocía o sabía de su existencia e incluso formas de actuar o procedimientos que desconocía. Eso ya lo notaba un poco en mis visitas cortas o cuando estaba con los amigos pero esto era diferente. Todo era diferente.
Además de ese "en tierra de nadie", tuve mis dudas de si mi vuelta a casa no sería motivo suficiente para que mi madre y yo acabáramos tirándonos de los pelos a los cuatro días, lo cual desembocaría, muy probablemente, en la Tercera Guerra Mundial. Ella acostumbrada a su rutina y a vivir sola desde hacía años. Yo habituada a vivir lejos y sin nadie que me controlase lo que hacía o dejaba de hacer. Pero misteriosamente eso no llegó a ocurrir en ningún momento. No sé si por una cuestión de enfocar la situación de otra manera, diferente a mis estancias cortas de fin de semana, o porque por una vez fuimos adultas las dos o porque simplemente hubo suerte. Ni siquiera mis más cercanos apostaban por nosotras. El caso es que algún tiempo después, descubrí, de forma indirecta, que mi madre, tal como yo, no lo había pasado bien durante esos meses. Más por preocupación de una madre hacia su hija, que se ponía en su pellejo y veía que no salía nada, que las cosas no marchaban y con un futuro incierto, que por el propio agobio de verse asaltada en su propia casa.
Las semanas y los meses se sucedían. La ansiedad y el miedo al haberme equivocado, acechaban cada vez más. Fueron unos meses, en los que si no llega a ser por las escapadas, los viajes, las cenas, los cafés, el gym, los conciertos... sinceramente, no sé lo que habría hecho. Y todo, como siempre, con un denominador común: Ellas. Siempre son Ellas.
La primavera de este año nos aguardaba con numerosas sorpresas, decisiones difíciles que tomar y situaciones no menos complicadas a las que enfrentarnos.
Resultó extraño, raro, irónico incluso, que habiendo vuelto, entre otras cosas, para estar más cerca del día a día, al final, acabásemos cada una casi en una punta.
La primera en hacer las maletas de nuevo fui yo aunque no tardarían mucho en hacerlas alguna más.
Mayo siempre había sido mi mes preferido en Lisboa y parecía que aquello era una señal. Habían pasado 6 meses y parte del sueño empezaba a cumplirse: Madrid esperaba por mí.
Los inicios fueron un poco engorrosos. Pero nada que no me esperase: trámites administrativos, búsqueda de casa, aprender un nuevo trabajo... Todo acompañado de ese ansia de empaparme de la ciudad y de esas ganas de volver a retomar contacto con algunos amigos a los que llevaba mucho tiempo sin ver. Aún así, el día a día poco me permitía el descubrir la ciudad y en los primeros dos meses, entre bodas y viajes, apenas me quedé un par de fines de semana en la ciudad.
Casi sin darme cuenta llegó el verano y con él los grandes cambios. Fueron semanas muy largas y muy densas, sin posibilidad de vacaciones, sin horario reducido, con las calles de Madrid desiertas y mi gente desperdigada... El insomnio y el mal humor se apoderaron de mí durante muchos momentos y poco a poco me metí en una burbuja de la cual he tardado tiempo en salir. Estaba habituada a veranos de sol y playa, de barbacoas y cocktails en terrazas y miradores, de cumpleaños locos y fiestas improvisadas, de recibir visitas y conocer nuevos lugares... y lejos de esa realidad fue un verano eterno en el que lo único que deseaba era que acabara.
Pero de lo malo siempre se puede sacar algo positivo. Y el verano también trajo consigo una pequeña aventura más, esta vez en Valencia, el descubrimiento de un nuevo pajarillo, la llegada de dos polluelos más y el evento del año de mi huracán Rocío. Fue un pequeño paréntesis en ese verano que parecía nunca tener fin.
Era consciente de que a partir de octubre las cosas iban a empezar a cambiar, en todos los sentidos: trabajo, la ciudad, el día a día, los amigos...
Intenté crear un ritmo semanal como tuve durante tantos años en Portugal, planificarme día a día para sacar el máximo provecho de todo. Pero de nuevo la realidad chocó con mi utopía y ese espejismo de orden diario apenas duró un par de semanas. No es la ciudad en sí la que te absorbe. Es el ritmo diario de todas las responsabilidades. He hecho cuentas, y entre las horas de trabajo y el tiempo de transportes, paso/pasamos una media de 12 horas diarias fuera de casa. Si a eso añadimos las 7/8 horas de sueño recomendadas, tan sólo quedarían 4 horas diarias de "tiempo libre", aunque en el fondo, no es tiempo libre porque hay un sinfín de responsabilidades o actividades que hay que cubrir. Cuando te quieres dar cuenta, se ha pasado un día más y así una semana más. ¿Y estar con tu gente? ¿Y tener tiempo para sentarte y hablar con tus padres, tus amigas? ¿Cuándo?
El trabajo tampoco estaba en su mejor momento y todo mezclado se fue convirtiendo en una bola de nieve cada vez más grande.
En ese afán mío de aprovechar cada minuto, de vivir a tope el instante, me sentí agobiada, ahogada, asfixiada. El calendario no tenía más que planes pero eso, en vez de ser escape y placer, se convirtió en estrés.
Quería llegar a todo y realmente no llegaba a nada. Quería seguir como siempre, estar pendiente de todo y todos, seguir diciendo que sí a los planes y personas que surgían y estar presente en todos lados... y me perdí. Me perdí hasta el punto de dejar "abandonadas" y desatendidas personas que son pilares.
Me agobié tanto que hubo un instante en el que quise abandonarlo todo, dar media vuelta, olvidar mi sueño y dejar todo atrás. No veía manera de salir ni de seguir adelante.
Pero volví (y en ello sigo...).
Y además de una forma irónica.
Quien puso la primera piedra para volver a centrarme fue aquello que tanto me había ahogado en los últimos años: Portugal.
Lejos de convertirse en un fin de semana de agobio, como lo había sido mi anterior visita, resultaron ser las 48h mejor aprovechadas de los últimos meses. No fueron dos días de jarana loca sino de muchas conversaciones, poner nuestras vidas en día, escuchar palabras de los que te quieren, de los que han vivido contigo una vida y sólo quieren verte feliz.
Regresar con la Familia y estar con ellos me hizo parar, frenar y analizar todo al detalle para ver luego el global. Volví con la mejor lección que podía recibir, una que ya debería haber aprendido hace mucho: no puedo estar siempre presente, no puedo estar en todos lados y lo que es más difícil, no puedo machacarme y hacerme sentir mal por ello. No soy ningún dios y tampoco lo pretendo ser. Es verdad que a veces nos centramos en lo que en ese momento es importante para nosotros, sin entender que los "primordiales" de ese instante, tal vez, sean sólo pasajeros... no son realmente nuestros pilares, y a veces somos injustos con esos pilares. Pero todo lleva su tiempo y adaptación y por eso necesitaba encontrar un equilibrio en mi nueva vida. E irónicamente, ellos me acompañaron en el primer paso.
Esos dos días fueron tan necesarios como el agua, y aunque han sido precisos algún día más para empezar a enderezar todo y poner la cabeza en orden, las cosas, poco a poco, espero que se vayan colocando en su lugar.
Volví de tierras lusas con nuevas sensaciones, nuevos sentimientos y creo que puedo decir que he hecho las paces con ella, la que tanto me provocó. Aún así sigo pensando que sólo lo podré comprobar la próxima vez que nos veamos las caras.
Toda esta falta de tiempo se ha arrastrado al blog. Hay que dedicarle horas y es algo que en estos momentos, infelizmente, no me sobra. Siempre he sido de las personas a las que le gusta hacer las cosas bien. Para hacerlas a medias, mejor no hacerlas. Y aunque ha sido una decisión muy difícil, también ha sido muy meditada.
Hace algo más de dos meses alguien me propuso un plan, un proyecto: plasmar el blog en libro. Adaptado, obviamente. Literalmente le dije que no estaba en su sano juicio (de buenas maneras) aunque confieso que ha sido algo que me ha rondado la cabeza desde entonces y he visto en ese posible proyecto una forma de sustituir al blog sabiendo lo que me estaba ocurriendo con él. No es y no será algo a corto plazo y tampoco estoy segura de si llegará a buen puerto o si tendré fuerzas y ganas suficientes. Pero en el último mes se ha cruzado en mi camino una persona que, a su manera, ha conseguido convertirse ya en especial y que me ha dado alas. Comparte conmigo la pasión por escribir y plasmar los sentimientos en papel (y no sólo) y me ha recordado, sin quererlo, que estamos hechos de pedacitos de nuestro pasado, tanto buenos como malos, que nos vamos moldeando poco a poco pero lo que somos en el presente es un puzzle de partes de aquello que ya vivimos. Sabe también que el proyecto no es fácil porque está viviendo algo parecido, pero me ha empujado a creer que lo que escriba, tal vez, pueda ayudar a alguien, que mis palabras puedan servir de aliento a otros.
Por todo eso hoy se cierra un capítulo más. Pero no puedo dejar de pensar en todo lo que ha vivido el blog, las historias y las personas que se han reflejado aquí. Pasa tanta gente a lo largo de nuestra vida, que sería muy difícil elegir con quién compartir cada aventura, de la misma manera que sería muy difícil quedarme con algún post. Todos han llevado su esencia única.
No sé si ha sido casualidad o destino cuando he conocido a todos y cada uno de los que me han acompañado. Solo sé que, a veces, las casualidades aciertan. Eso que ya he empezado a llamar de forma correcta: sincronicidades. Son personas de las cuales tienes más que aprender que aquello que tú puedes enseñarles. Y aunque ellas no lo crean, te hacen mucho bien de forma innata.
Es bonito echar la vista atrás, ver pasar el tiempo y recordar como si fuera ayer, momentos, que entonces ni les dimos importancia o les dimos menos de lo que merecían.
Hoy le doy importancia a todo lo exprimido en el blog, porque, principalmente, ha sido un blog vivo, en movimiento.
Hoy no lo veo como un punto y final sino como una continuación de algo mejor (¡ojalá!).
Ha sido un año duro, complejo, muy psicológico, de crecimiento, de madurez, de volver a empezar pero sobretodo de sobreponerse, de aprender y de alcanzar.
Acabo estos días todavía un poco a trompicones, intentando rehacer o recuperar o encontrar mi ritmo y no el ritmo que me impone lo que me rodea, cogiendo aire. No está siendo fácil pero espero hacer encajar las piezas, recomponer el puzzle y que todo vuelva a su sitio.
He buscado estos días en mis orígenes la paz y la calma que no he tenido en estos meses: con los míos; con Ellas, las incondicionales y presentes, porque a pesar de haberme perdido, siempre están; y con las de una vida entera, a las que hay que querer tal y como son.
Ojalá nos veamos entre letras muy pronto.
Final y principio.
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